“Artesano de su propia vocación”
Betania, 20 de septiembre de 2022
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Con mucha alegría celebro con ustedes queridos hermanos formadores, mis queridos seminaristas. Celebro en mi casa, en la casa que está grabada con fuego en mi corazón de padre y de pastor.
Celebro en el inicio de este año de formación y en este día que ustedes Francisco, Cristian y Francisco José reciben el Acolitado; Francisco Xavier, Josué, Bryan, Diego, Byron y José Luis reciben el Lectorado y David, Aníbal y Víctor, son admitidos a las Órdenes Sagradas. Estos ministerios van sellando su compromiso y su sí en este seguimiento más de cerca a la llamada del Señor.
Tomo las palabras del salmo responsorial, las mismas que creo nos sirven mucho para profundizar nuestra respuesta total al Señor que llama. ¿Qué le pide el salmista al Señor? ¿Qué le pedimos nosotros? ¿Qué le piden ustedes de manera especial? Una sola cosa: “Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos”. Y esta petición comprende caminar con vida intachable en la ley del Señor, meditar las maravillas que Dios hace en nuestras vidas, cumplir o mejor, vivir su voluntad guardándola de todo corazón y en esto descubrir la alegría, el gozo.
Hay un compromiso concreto en las palabras del salmista, un compromiso que es vida. Él sabe que ha escogido el camino verdadero y cuando uno descubre ese camino, cuando uno sabe que es el camino auténtico por el que vale la pena dejarlo todo, vive esa alegría profunda y hace vida las palabras del salmista: “Cumpliré sin cesar tu voluntad, por siempre jamás”.
Y aquí mi pregunta a ustedes, queridos seminaristas: ¿Han descubierto ese camino verdadero? ¿Cómo viven ese camino? ¿Se entregan con alegría, gozo, en plenitud a la voluntad de Dios en sus vidas?
Espero sinceramente que cada uno responda que sí, de manera especial ustedes que hoy reciben un ministerio, porque ya llevan un buen camino recorrido y porque no pueden jugar con sus vidas. Y traigo aquí unas palabras del Papa Francisco dirigidas a los jóvenes, que creo les calza muy bien a ustedes, mis queridos seminaristas: “Experimentar la presencia de Cristo resucitado en la propia vida, encontrarlo “vivo”, es la mayor alegría espiritual, una explosión de luz que no puede dejar a nadie quieto”.
Como el salmista, no pueden quedarse quietos. Ustedes no pueden quedarse quietos, porque han descubierto a Cristo, un “Cristo vivo” en sus vidas, un Cristo que los llamó, un Cristo que tocó las puertas del corazón, un Cristo que les dijo “ven y sígueme”. Así que sean “inquietos” en su vocación, en el buen sentido de la palabra. Sean inquietos pero una inquietud que les dé un corazón libre, una inquietud que los haga siempre solidarios, una inquietud que los dé esperanza, una inquietud que los lleva a saber ver, escuchar y comprometerse con la realidad y con las necesidades de los otros, una inquietud que nazca de haber conocido a Jesús, de saber que Dios es la verdadera fortaleza en sus vidas.
Sean inquietos con un corazón grande, como el corazón del Rey. En la primera lectura del Libro de los Proverbios, vemos que Dios sostiene y guía el corazón humano. Si lo puede hacer con alguien poderoso, un rey, seguro que lo hará con cualquier hombre que se lo pida, con tal de que esa persona se deje guiar.
Recuerden que Dios no usa violencia con nuestras vidas, hay que dejarse guiar por Dios, hay que dejarse sorprender por Dios, hay que saber corresponder a Dios. El corazón, el tuyo, el mío, el de todos nosotros, es una acequia en las manos de Dios, la dirige adonde quiere. “Al hombre le parece recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones”.
Les invito una vez más, a ustedes que reciben hoy sus ministerios y a todos los que van caminando, a los que comienzan esta aventura vocacional, a “dejarse moldear por Dios”. Hay mucho que cambiar en nuestras vidas, nunca está terminada nuestra vocación, la vamos haciendo cada día. Dios va moldeando, pero también cada uno debe ser “artesano de su propia vocación”. ¿Cómo respondes tú a la llamada de Dios?
Y vamos a ser esos artesanos verdaderos, escuchando la Palabra de Dios y haciéndola vida en nuestras vidas. Pongan en práctica la Palabra, no vivan de teorías, no vivan filosofando, construyan su ser sacerdotal desde ahora, háganlo poniendo en el centro al Señor, poniendo en el centro la Palabra de Dios, sabiendo que el artesano eres tú, tú construirás, si te dejas moldear por el Señor, el sacerdote de mañana, esa semilla, como siempre digo, que estoy sembrando en esta Arquidiócesis.
Sé que un día cada uno de ustedes le pregunto al Señor: “Maestro, ¿dónde vives?” y Él les respondió: “Vengan y lo verán”. Jesús les dirigió la mirada y los invito a ir hacia Él. ¿Siguen encontrando esa mirada? ¿Siguen escuchando esa voz? ¿Siguen en camino?
Estoy seguro que sí, estoy seguro que, como dice el Papa Francisco, “…si bien el ruido y el aturdimiento parecen reinar en el mundo, esta llamada continua a resonar en el corazón de cada uno para abrirlo a la alegría plena. Esto será posible en la medida en que, a través del acompañamiento de guías expertos, sepan emprender un itinerario de discernimiento para descubrir el proyecto de Dios en la propia vida. Incluso cuando el camino se encuentre marcado por la precariedad y la caída, Dios, que es rico en misericordia, tenderá su mano para levantarlos”.
Mis queridos seminaristas, que nadie les robe su vocación, no pierdan o tiren a la basura ese llamado de Dios. Estén dispuestos cada día a que Cristo los alcance.
Dejen que Él siempre les hable al corazón, que Él los abrace, consuele, cure sus heridas, sus angustias y desilusiones, que Él disuelva sus dudas y miedos. Si lo hacen, si están abiertos así al Señor, estoy seguro de que están listos para la fascinante aventura de la vida, para esta aventura vocacional y sacerdotal que ya están viviendo. Recuerden siempre, “… que la vida es ese don precioso e inestimable que Dios pone todos los días en sus manos” (Francisco).
Que María, la joven de Nazareth, que supo decir un “sí” total a Dios, un “sí” para siempre, sin reservas, un “sí” que le cambió la vida y que le abrió para ser don para los demás, sea la fuerza y el amparo en su vida vocacional. ASÍ SEA.