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¿Cuándo vuelves tú a casa?

HOMILÍA DEL IV DOMINGO DE CUARESMA

Quito, 27 de marzo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Estamos ya en el cuarto domingo del tiempo de Cuaresma. A este domingo lo llamamos “laetare”. Este nombre “laetare” viene de la antífona de entrada que nos dice: “¡Alégrate, Jerusalén! Que se congreguen todos los que te aman. Que se regocijen con júbilo los que estuvieron tristes; que exulten y que se sacien de su maternal consolación”.

Sí, debemos festejar, debemos alegrarnos, porque ya queda poco para llegar al feliz tiempo de la Resurrección, que es la meta de todo este camino cuaresmal. Por eso también el color de la vestidura de hoy, el color rosado, signo de alegría en nuestra vida cristiana.

Nos alegramos en este domingo por el amor del Padre, un padre que deja en libertad, un padre que espera, un padre que abraza, que perdona, que acoge y hace fiesta.

Como decía Charles Peguy: “Todas las parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con esta, millares y millares de hombres han llorado”. Es que la parábola del “Hijo pródigo”, o mejor llamada, parábola del “Padre misericordioso”, nos ayuda a descubrir quién es nuestro Padre Dios.

“Un Dios de puertas abiertas y de un corazón abierto y de corazón abierto, ese fue el Dios revelado en Jesús y por Jesús. Un Dios Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que solo sabe sr y ejercer de Padre misericordioso” (Domingo J. Montero).

El Papa Francisco nos dice: “Si quieres conocer la ternura de un padre, prueba dirigirte a Dios. Prueba, ¡y después me cuentas!... Por más pecados que hayamos cometido, Dios nos espera siempre y está dispuesto a acogernos y hacer fiesta con nosotros y por nosotros”.

Es que Dios es un Padre que jamás se cansa de perdonar y no tiene en cuenta si al final, el “balance” es negativo: Dios no sabe hacer otra cosa que amar.

Y viene la gran pregunta para cada uno de nosotros: ¿Hemos experimentado así a Dios? ¿Nos hemos sentido acogidos y perdonados cuando hemos regresado a Él con una vida rota, negativa, deshechos nuestros vestidos? ¿Te has sentido “esperado” por Dios” en tu vida?

Sí, queridos hermanos, “nuestro Dios es un Dios que espera”, nos dice Francisco. “Dios nos ha esperado a todos nosotros, a lo largo de la historia... En efecto, es un dios que nos espera siempre”. Y desde esta óptica veamos la parábola que nos trae este domingo de Cuaresma.

La parábola nos habla de un padre y de dos hijos. Un día el más pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de sus sueños a la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería experiencias nuevas, y pide la parte de la herencia que le “corresponde”. ¿Le correspondía la herencia? No, porque la herencia se recibe después de la muerte del padre.

Pero el padre, no sin dolor, accedió a darle su parte de la herencia. ¿Cuál es la herencia? No son los bienes materiales, es la libertad. Dios nuestro Padre nos da la libertad a cada uno de nosotros. El respeto de Dios por la libertad del hombre es casi escandaloso.

Y el hijo abandona la casa, se marcha, se entrega a la diversión, no a la libertad sino al libertinaje. Y se arruina. Cuando ya no hay dinero es abandonado por todos, pero no le abandonó un recuerdo, el de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía el hambre no el amor.

Pero lo importante es que la luz entró en su alma, aunque sea por aquella ventana. Decide volver, con un discurso preparado: “Padre, he pecado… ya no merezco llamarme hijo tuyo”. No conocía a su padre, quien desde que se marchó no hizo otra cosa que esperarle, saliendo todos los días al camino.

Francisco nos dice: “…el padre vio al hijo desde lejos, porque lo esperaba y todos los días iba a la terraza para ver si volvía su hijo. El padre, pues, esperaba el regreso de su hijo, y así, cuando lo vio llegar, salió corriendo y se echó a su cuello. El hijo en el camino de retorno había preparado incluso las palabras que iba a decir para presentarse de nuevo en casa… Pero el padre no lo dejó hablar, y con su abrazo le tapó la boca”.

Hay varios verbos muy significativos: ver, correr, abrazar, besar, poner el anillo, calzar, hacer fiesta. Es la alegría de un padre porque su hijo,  “…que estaba muerto, ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado. ¡Qué alegría del padre! Ha esperado y ahora ha vuelto su hijo.

El Dios que espera y perdona es también el Dios que hace fiesta” (Francisco). Yo me imagino siempre al padre corriendo, no fue un padre que esperó como juez frío hasta que se acerque su hijo para reprocharlo y castigarlo. No, corrió, el amor lo mueve a correr, es su hijo el que vuelve.

Me gusta muchísimo una expresión que leí preparando esta homilía: “Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento, la misericordia de Dios corre veloz” (Domingo J. Montero). Es que manifiesta más la necesidad el padre de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón, el hijo recupera en primer lugar la dignidad de hijo, también la comodidad de la casa, el calor del hogar; el padre, recupera el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre volverá a poder dormir.

Otro detalle que nos dibuja lo que es Dios, es que el padre de la parábola, que representa a Dios mismo, no pregunta los porqués de la marcha y del regreso, no deja hablar al hijo, eso se sabrá luego, o quizás nunca. Lo que importa para el padre es que ha vuelto, y comienza la fiesta.

No me detengo hoy a analizar la situación del otro hijo, del hermano mayor, que puede ser también la actitud de algunos de nosotros, la de creernos justos, eso lo dejamos para otra ocasión. Lo que sí digo, para terminar, es que parece que el único que ama en la parábola es el padre. El hijo menor regresa más por hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender, solamente de juzgar. Sin duda que Dios ama así, como el padre, y así hemos de amar.

¿Seremos capaces de acercarnos a Dios Padre y pedir su perdón? ¿Volveremos a casa en esta Cuaresma? “La vida de toda persona, de todo hombre y de toda mujer que tiene la valentía de acercarse al Señor, encontrará la alegría de la fiesta de Dios” (Francisco). Pensemos en nuestro Padre Dios, el Padre que nos espera siempre, que nos perdona siempre y que hace fiesta cuando volvemos. ¿Cuándo vuelves tú a casa? ASÍ SEA.