¿Dónde estamos frente a esta pandemia?
Ambato, 13 de febrero de 2021
Con mucha alegría celebro hoy, aquí, en Ambato, esta Fiesta de las Frutas y de las Flores, que en este año se recuerda que ya son SETENTA AÑOS en que damos gracias a Dios por el espíritu de trabajo, fe, constancia y superación que tienen ustedes los ambateños.
En 1951, luego del terremoto que arrasa la ciudad en 1949, Ambato buscó reactivarse y levantarse. No se quedaron caídos, buscaron salir de su destrucción e instituyó esta Fiesta, la misma que nace con el aroma de frutas, perfume de flores, la belleza de sus mujeres, manifestaciones de arte, cultivo de tradiciones, pero sobre todo, sobre una base de solidaridad.
Y nos podemos preguntar en este año, en medio de esta pandemia que sigue azotándonos, ¿es conveniente hacer una Fiesta? ¿Podemos y debemos celebrar? Yo respondo que sí, un sí que no quita el dolor de tantos que han sufrido y sufren, que no quita las lágrimas de los que han perdido sus seres queridos, que no quita la angustia y la desesperación.
Y debemos celebrar esta Fiesta, diferente indudablemente, porque creo que recoge en este año, el mismo espíritu con que fue instituida, el deseo de superación, de salir adelante, de no dejarse vencer por una tragedia de la naturaleza. Recoge esa ilusión y ese espíritu de saber mirar con esperanza.
Y este año, elevamos nuestra mirada a María Inmaculada, la Virgen pintada por Legarda, y no la miramos solamente nosotros, la miran particularmente quienes hoy le hacen una corona muy especial, la miran el sacerdote, el médico, la religiosa, la enfermera, el policía, el militar y todos los que han estado en primera línea combatiendo esta pandemia, muchos de ellos han dado su vida, y muchos siguen adelante, siguen luchando y todos, ellos y nosotros, con el corazón confiado de hijos, le decimos: “¡A tu amor nos acogemos!”
Sí, nos confiamos y nos ponemos bajo el corazón de tan buena Madre. ¡Qué mejor que el corazón de una madre! Para un hijo no hay mejor lugar que el corazón de una madre, en ese corazón buscamos refugio, recibimos consuelo y amor, un corazón que nos devuelve la alegría y la esperanza.
A cada uno de nosotros Dios nos pregunta cada día, como nos relata la primera lectura del Génesis: “¿Dónde estás?”. A veces no sabemos ni dónde estamos, porque nos escondemos de Dios para no ver nuestros pecados, nuestros defectos…, y para saber dónde estamos, nos tenemos que mirar desde la mirada de Dios.
¿Dónde estamos frente a esta pandemia? ¿Dónde estamos frente al hermano que sufre, que está enfermo, que ha perdido un trabajo, que no sabe cómo llevar el pan a la mesa de su familia? ¿Dónde estamos frente a la creación que sufre todo nuestro ataque inmisericorde?
Muchas veces, a causa de nuestros pecados contra el hermano, contra la creación, contra el que está a nuestro lado, muchas veces a causa de nuestra indiferencia, quizás el mayor pecado social nuestro, nos sentimos vacíos, desnudos de la Gracia de Dios y nos escondemos, inventando muchas excusas que lo único que buscan es justificarnos, y sobre todo, siempre encontramos culpables, no somos nosotros, es el otro, para él fue la mujer que le de Dios por compañera, y para la mujer fue las serpiente.
¿Y tú? ¿Dónde estás? ¿Dónde te ubicas hoy, en este tiempo y en esta historia? ¿Has sido indiferente frente al otro? ¿Has tendido la mano? ¿Has cerrado tu corazón frente a la angustia de tantos? ¿Has buscado culpables en los demás? ¿Has asumido tu misión de ser portador de bien?
Jesús en el Evangelio nos enseña a saber ver la necesidad del otro. No podemos “despedir” a los demás. Los discípulos tienen otra mirada: “¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí en despoblado, para que se queden satisfechos?”
Yo me atrevo ahora a hacerles a ustedes, queridos hermanos que celebran esta Fiesta, la misma pregunta de los discípulos podemos tener el riesgo de hacérnosla. “¿De dónde sacar el pan?”. Y la respuesta nos la da el Señor: desde la solidaridad, desde el compartir, desde el poner lo que tenemos en servicio y en bien de los demás.
Cuando las provisiones no son suficientes ni para nuestra propia necesidad, ¿somos capaces de compartirlas con los otros? ¿cómo actuamos? ¿cómo hemos actuado en esta pandemia? ¿confiamos en que Dios, que no se deja ganar en generosidad, va a ayudarnos en esta situación? La enseñanza de Jesús es clara, es que siempre es más grande dar que recibir, aunque esos dones o riquezas que tengamos sean imprescindibles para nosotros. Jesús no renegó, no dijo que era muy poco, no alcanzan o no sirven, simplemente los tomó y dio gracias, partió y repartió.
Ustedes aprendieron a “partir” y “repartir”, ustedes saben lo que es levantarse desde las ruinas, y hace 70 años supieron poner lo que tenían, poco o mucho, y supieron dar gracias a Dios por la vida y partieron el pan, partieron las frutas, partieron la vida y la repartieron a los demás.
Este es un año que debemos también “partir y repartir”, pongan todo lo que tienen y lo que son, extiendan su mano solidaria, no se queden encerrados en ustedes, sepan abrir la mirada hacia los demás, sepan vencer la indiferencia y sepan dar generosamente, entonces sí estaremos celebrando esta Fiesta, la Fiesta de las Flores y de las Frutas, y será, en este año, una verdadera Fiesta de la Vida.
El Papa Francisco nos dice que, “Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida”. Y nosotros hoy, debemos elevar ese himno a la vida, y lo hacemos mirando a María, nos “acogemos bajo su amor materno”. Y quiero traer aquí también una frase del Papa, que creo recoge bien lo que hemos vivido y lo que vivimos en esta Fiesta que ponemos bajo el corazón de María: “Las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto”.
Pongamos nuestra vida, nuestros llantos, nuestras tristezas y angustias, nuestro corazón roto por la pandemia en María, hagamos de todo ello una oración que suba al cielo, porque sabemos encuentra un lugar en su manto, y de manera especial en su corazón.
Que María nos ayude a crecer y a afrontar la vida. No somos huérfanos, tenemos a María como Madre y a Ella, con la confianza y con profunda fe, en esta Fiesta le cantamos: “¡A tu amor nos acogemos, María ruega por nos… Salve, Salve, cantaban, María, quién más pura que Tú, solo Dios, y en el cielo una voz repetía: Más que Tú solo Dios, solo Dios”
ASÍ SEA.