Doy gracias al Señor por el regalo de la vida.
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
El Quinche, 22 de abril de 2023
A lo largo de todos estos días pascuales hemos proclamado con alegría la gran noticia de la Resurrección del Señor. Hemos encontrado la tumba vacía, hemos pasado del desconcierto a la certeza de la Resurrección, hemos caminado como los discípulos de Emaús.
Hemos quizás, como las mujeres, como Pedro y Juan, salido corriendo a anunciar y a ver. Nuestra vida debe ser eso, un “salir corriendo” a proclamar a todos la alegría de ser cristianos, la alegría que nos da en nuestro corazón la presencia del Resucitado.
¿Cómo han vivido ustedes, mis queridos jóvenes, esta alegría Pascual? ¿Cristo está vivo en sus corazones? ¿Cristo Resucitado es la razón de sus vidas? ¿Con Cristo vivo en sus corazones, viven ustedes un sueño de futuro?
El Evangelio de hoy nos da la certeza de que el Señor nos da fortaleza, seguridad y sentido en los momentos de dificultad, en los momentos de incertidumbre, en los momentos en que las olas se agitan.
Jesús es el Señor y es la fortaleza de la Iglesia cuando experimenta dificultades en su marcha por el mundo, como los discípulos en la travesía del lago. ¿Qué causan en nosotros las dificultades? ¿Qué causan en ustedes queridos jóvenes los problemas? ¿Los desalientan? ¿Los derrotan? ¿Los vencen? ¿O los problemas son las ocasiones para tomar la vida en las manos y salir adelante con la fuerza de Jesús?
Me gusta mucho la simplicidad del Evangelio en narrar esta presencia de fortaleza del Señor. Jesús dice: “Soy yo”. Lo dice para identificarse. Su presencia trae calma y confianza a los discípulos. Jesús no se sube a la barca en el relato de Juan, pero está ahí, junto a nosotros, en las barcas de nuestras vidas. Basta su presencia divina para dominar lo comprometido de la situación. ¿Es así su presencia en nuestras vidas?
Les pido a ustedes, mis queridos jóvenes, a que en los momentos difíciles, en las tormentas, quizás pequeñas de hoy, pero que de seguro serán más fuertes mañana, sepan reconocer al Señor, sepan escuchar esa voz que les dice “Soy yo”. Él calmará las olas de sus vidas, Él calmará esas olas de dudas, incertidumbres, miedo al futuro, desesperanza, desilusiones, cuestionamientos y falta de fe, esfuerzo y constancia.
Y hoy yo doy gracias al Señor por el regalo de la vida. Lo hago en esta Eucaristía con ustedes queridos muchachos que han peregrinado hasta este Santuario de El Quinche. ¡Qué hermoso regalo que me da el Señor! ¡Qué bendición celebrar mis 65 años en medio de ustedes! Muchos llaman “viejo” al que llega a los 65 años, lo soy, no lo dudo, son tantos y tantos años. Pero tengan la seguridad de que este “viejo” tiene un corazón joven, porque mi vida ha sido y siempre será para ustedes, mis queridos jóvenes. Son ustedes, como dice la dedicatoria de mi primer libro, “el sentido de mi vida y la razón de mi sacerdocio”.
Una conocida canción dice que no hay que poner años a la vida sino “vida a los años”, y esta letra la hago mía ahora de manera especial en este día que cumplo 65 años. Sé que hay muchos años en mi vida, es verdad, pero esos años quiero, y es mi propósito, de que sean llenos de vida.
El Papa Francisco nos dice que, “Para todos, la vida es una llamada continua a salir: del seno materno, de la casa donde nacimos, de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta, hasta que salgamos de este mundo”. Y hoy, esa salida que experimento es de la edad adulta a la tercera edad, paso que doy con alegría.
El Papa también afirma que, “… para los ministros del Evangelio la vida es una salida continua: de la casa de nuestra familia hacia donde la Iglesia nos envía, de un servicio a otros, estamos siempre de paso, hasta el final”.
Y vaya que he experimentado esa continua salida. Dios me ha sorprendido y me ha llevado de un lado a otro, me ha pedido cosas que jamás pensé y he respondido con un sí tratando de hacer siempre su voluntad, no la mía.
¿Cómo quiero dar años a mi vida? La respuesta es “en el servicio”. La vida se gasta en el servicio, ahí está el secreto de la vida. El servicio es el “billete” que se debe presentar en la entrada de las bodas eternas. Al final de la vida seremos juzgados en el amor, en lo que hemos dado. Y es así cómo quiero vivir los años por venir. Quiero que mi vida dé respuesta cada día a la propuesta de amor de Dios, y esa respuesta pasa a través del amor verdadero, del don de sí mismo, del servicio. Servir cuesta, porque significa gastarse.
Sepan, queridos amigos, querida familia, queridos muchachos, que daré años a mi vida con el corazón que pongo en ella. Ustedes me conocen, soy un hombre de corazón, un hombre que pone pasión en todo lo que hace y emprende, un hombre aparentemente fuerte pero al mismo tiempo sensible, de gran corazón, que cuando llegan a conocerlo llegan a quererlo, nunca a primera vista, porque aparento ser duro.
Un pensamiento que leí hoy me gustó: Dice así: “En el camino aprendí, que llegar alto no es crecer, que mirar no siempre es ver ni que escuchar es oír, ni lamentarse sentir ni acostumbrarse, querer. En el camino aprendí que estar solo no es soledad, que cobardía no es paz, ni ser feliz, sonreír y que peor que mentir es silenciar la verdad”.
Hoy soy más viejo para el mundo y más joven para Dios. Y con ustedes, mis queridos jóvenes, no envejeceré nunca.
Que María, la joven que supo decir sí a Dios y supo dar su vida en servicio a los demás, sea para ustedes siempre un modelo y sea para todos una BUENA MADRE. ASÍ SEA.