“El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte”.
Estamos aquí, queridos hermanos, como un pueblo creyente, para anunciar, desde esta CANCHA, que vio partir a tantos hermanos nuestros de un momento a otro ante una tragedia impensada, nuestra fe en la Resurrección.
Quizás muchos piensan que estamos aquí para celebrar la misa por el primer mes de la muerte de las veintiocho víctimas del aluvión, no, no es así; celebramos la Vida, la Vida Eterna de la que participan ya nuestros hermanos. Sabemos que, “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, sino que se transforma”.
Esta fe en Cristo Resucitado no nos niega el derecho al llanto. Hemos llorado, han llorado y han sufrido todos ustedes queridos hermanos. Jesús también lloró ante la tumba de su amigo Lázaro y compartió el luto y el llanto de esa familia. Pero el llanto de ustedes como familia, como vecinos, como amigos, como comunidad ciudadana, como barrio, como Iglesia de Quito, debe convertirse en semilla de esperanza y de vida.
Y hoy quiero proclamar, desde esta cancha, ante todos ustedes, ante esta ciudad, esta semilla de Resurrección en nuestros veintiocho hermanos que murieron. Sé que no es fácil hacerlo, sé que todavía lloramos, pero no podemos perder la esperanza en la Resurrección.
La muerte toca profundamente nuestra vida. La muerte es una experiencia que afecta a todas las familias, sin excepción alguna, puesto que es parte de la vida. Y la muerte de nuestros hermanos nos afectó a todos, afectó a este barrio, afectó a esta comunidad parroquial, afectó a familias concretas, afectó a nuestra ciudad de Quito. Quizás para muchos, me atrevo a decirlo públicamente, ya no es una noticia, ya dejó de ser actualidad, pero para ustedes, para las familias, para nosotros como Iglesia que sigue dando la mano a los que sufren, será siempre una realidad permanente, no será nunca un pasado, será un presente, y desde ese presente deberemos construir con esperanza el futuro.
Francisco nos dice que, “incluso cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural”. Y no nos parece natural, es que no hemos sido creados para la muerte, hemos sido creados para la vida.
Nos hemos preguntado el por qué, hemos buscado respuestas desde la razón, nos las pueden dar, pero nada llenará el sentido de la muerte, solamente la respuesta la podemos dar desde la fe, sabemos que la muerte no es el final del camino, que estamos llamados para la vida.
Muchas familias afrontan la muerte de un ser querido con fe. Y es lo que les pido a todos ustedes, mirar desde la fe, mirar con una mirada de fe. Y debemos hacerlo en este tiempo de Cuaresma que estamos viviendo, porque como nos dice el Papa Francisco, “La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado”. Ahí está el sentido profundo de nuestra fe, la razón de nuestra fe, en Cristo Resucitado. Y ustedes queridos hermanos, vean hacia la cruz de Cristo, cruz que están cargando hoy, pero vean el final, que es Cristo Vivo y Resucitado.
Sin lugar a duda en este camino de vida cristiana, un gran impedimento son las tentaciones. Nuestra vida de cristianos es una lucha “para vencer, para destruir el imperio de satanás, el imperio del mal” (Francisco). Si queremos ir adelante debemos luchar, debemos vencer la tentación, debemos sentir en el corazón que luchamos para que Jesús venza.
Y hoy el Evangelio, en este primer domingo de Cuaresma, nos presenta el pasaje de las tentaciones. El Señor es tentado en el desierto. “Las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión” (José Antonio Pagola).
Y yo me atrevería a añadir una tentación más que ustedes queridos hermanos, ante la tragedia vivida, pudieran estar experimentando y viviendo, es la tentación de perder la esperanza, es la tentación de perder el sentido de la vida, el sentido de futuro, es la tentación del desánimo y del desaliento, de creer que no pueden ni podrán salir adelante ni superar el dolor.
¿Qué debemos hacer hoy ante la muerte de nuestros hermanos? ¿Cuál debe ser nuestra actitud de cristianos? ¿Qué nos pide el Señor hoy a nosotros?
Nos pide asumir el AMOR, el amor de un Dios que es Vida, que nos ama, que nos llama a la vida y que nos invita a no perder nunca la esperanza.
El Papa Francisco nos dice que, “El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte”. De ese amor es del que los invito a todos ustedes a hacerse “obreros”, trabajadores con nuestra fe, porque al final la muerte, “ha sido derrotada en la cruz de Jesús” y “Él nos resucitará en familia a todos”.
Hoy debemos trabajar por el amor y por la vida. Hoy debemos todos unirnos y ser una comunidad llena de amor que sale adelante, que reconstruye su corazón y su vida desde el amor y la fe. Hagamos nuestras las palabras del Papa Francisco que nos dice: “La oscuridad de la muerte va afrontada con un intenso trabajo de amor”. Hoy es tiempo queridos hermanos de vencer esa oscuridad de la muerte con la luz del amor, de la esperanza y de la Vida, de la Vida Nueva en Dios de cada uno de nuestros hermanos víctimas de esta tragedia. Digamos hoy todos: “¡Dios mío, ilumina nuestras tinieblas!”. Sí, que Dios ilumine este momento de tinieblas por que estamos viviendo como familia, como barrio y como ciudad.
Y esta Cuaresma es también un tiempo de “siembra”, como nos pide el Papa.
¿Qué vamos a sembrar? Sembremos amor, esperanza, solidaridad, unidad, trabajo, esfuerzo, valentía, decisión, lucha, trabajo en equipo, cercanía. Sembremos alegría a pesar del llanto, sembremos ilusión a pesar del pesimismo que vivimos, sembremos futuro a pesar de que creímos que todo había acabado, sembremos vida a pesar de la realidad de la muerte experimentada.
Lo que sembremos hoy lo cosecharemos mañana. Cada siembra tiene su cosecha. Este barrio, esta comunidad, irá cosechando poco a poco su siembra de hoy.
Nuestros hermanos fallecidos sembraron a lo largo de su vida mucha fe y hoy cosechan esos frutos de eternidad junto a Dios.
Recorramos este camino de siembra de la mano de María, nuestra querida Madre del Cielo. Ella es siempre portadora de amor y de esperanza. ASÍ SEA.