“Espíritu de la verdad”
Homilía del VI Domingo de Pascua
Quito, 17 de mayo de 2020
- La situación que vivimos ya durante más de sesenta días ha cambiado toda nuestra visión de la vida y del mundo.
- Nos asomamos más allá de lo que creíamos nuestro confortable y reconocible “templo”, por decirlo así, nos trae mucho temor. Es normal frente a lo que vivimos. ¿Quién no ha sentido o no siente temor? Yo lo siento, lo sienten mis sacerdotes, lo sienten los fieles, lo sienten todos.
- No nos ha sido fácil asomarnos a tanta fragilidad humana. El ver cercana la realidad de la muerte nos ha quebrado espiritualmente, nos ha hecho llorar y quizás rebelarnos. Que todo lo que ocurre nos asuste y cuestione es bastante lógico. Pudiera decir que el miedo no es de herejes ni de cobardes, es realmente un sentimiento humano y como tal, no sirve mirar hacia otro lado y hacer como si no lo tuviéramos o avergonzarnos de sentirlo.
- Nuestro “templo social”, nuestro mundo, lo hemos visto frágil, se ha derrumbado frente a nuestros ojos. Quizás nos creíamos seguros en él. Vivíamos en un huracán individualista y de indiferencia y hoy todo ha caído.
- Francisco nos hablaba hoy de “vivimos en una sociedad en la que falta el Padre, un sentido de orfandad que toca la pertenencia y la fraternidad. Por eso Jesús promete: “Rezaré al Padre y Él les dará otro Paráclito”.
- Hoy, creo yo, no nos resulta difícil reconocernos socialmente lisiados y paralíticos, necesitados de cura, huérfanos como sociedad. Nos identificamos con los habitantes de Samaría que reciben la Palabra de Dios predicada por Felipe a quien escuchaban y a quien veían hacer prodigios, sacando espíritus inmundos, curando paralíticos y lisiados.
- Debemos abrirnos a esa Palabra, debemos abrirnos al Espíritu de Jesús, para que sane nuestros corazones paralizados y lisiados por el egoísmo, el individualismo, la indiferencia, la corrupción, la mentira y tantas cosas más. Quedar sanos para comenzar con un corazón nuevo a construir un nuevo mundo en esta “nueva normalidad” que vamos a comenzar a vivir.
- Si no lo hacemos, si no salimos con un corazón nuevo cuando se abran las puertas de nuestras casas, siempre habrá un nuevo Covid19, que con otro nombre nos tomará de sorpresa.
- Seamos una humanidad nueva, que aprendió a mirar a los de al lado, a los de abajo, a compartir en familia, a dar la mano generosa, a pensar diferente, a valorar su vida y el regalo del tiempo, y, sobre todo, elevó su mirada a Dios, pues había dejado de hacerlo ya que se veía a sí misma.
- Puede ser que la realidad que hemos vivido en esta pandemia nos haya llenado de tristeza nuestro corazón de cristianos y que hayamos perdido en algún momento la esperanza.
- Esa tristeza la vemos también hoy, en el Evangelio que se ha proclamado, en la vida de los discípulos. Jesús se está despidiendo de ellos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no lo tendrán a su lado. ¿Quién podrá llenar su vacío? Y, aplicando a nuestras vidas, ¿quién ha llenado el vacío interior nuestro en este tiempo de cuarentena?
- Hasta ahora, ha sido Jesús quien ha cuidado de sus discípulos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, los ha ido formando descubriéndoles la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto del Reino.
- Les habla desde el amor: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Es que el proyecto de Dios es un proyecto de amor. Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él pedirá al Padre que no los abandone, que les dé “otro defensor” para que “esté siempre con ellos”. Jesús lo llama “el Espíritu de la verdad”.
- Y me pregunto y les pregunto, queridos hermanos: ¿Nos hemos sentido huérfanos y solos durante todo este tiempo? ¿Hemos experimentado que el Espíritu del Señor ha estado en nuestras vidas? Porque la misma sensación de los discípulos puede ser nuestra ahora, por eso, hagamos vida las palabras de Jesús.
- Y podemos preguntarnos: ¿Qué es ese “Espíritu de la verdad”? ¿Qué quiere decirnos Jesús? ¿A qué nos compromete recibir ese Espíritu?
- El “Espíritu de la verdad” no es una doctrina fría ni una verdad que hay que buscarla en libros de teología o documentos eclesiales. Es algo más profundo. Jesús nos dice que “vive con nosotros y está en nosotros”. El Espíritu es para nosotros aliento, fuerza, luz, amor, es Dios mismo presente en nosotros y a Él hay que acogerlo con corazón sencillo y confiado.
- No somos ni seremos nunca “propietarios” de este “Espíritu de la verdad”. No implica imponer nuestra fe a los demás, como muchos pretenden. El Espíritu viene para que no estemos huérfanos de Jesús, y nos invita a abrirnos a su verdad, escuchando y viviendo su Evangelio.
- Tampoco somos “guardianes”, como muchos pretenden serlo. Ser cristianos es ser testigos. Ser cristianos no es combatir a otros, ni derrotar adversarios. Ser cristianos es ser testigos de una persona, de Jesús Resucitado. Y debemos ser testigos en el amor, en el Espíritu de amor del Señor. Estamos llamados a “amar y guardar sus mandatos”, como nos dice Jesús hoy.
- Este “Espíritu de la verdad” está en tu interior, está en mi interior, está dentro de todos nosotros. Nos hace fuertes, nos defiende, no nos deja apartarnos de Jesús. Nos invita a abrirnos sencillamente al misterio de un Dios cercano, que es amor y que nos ama.
- Es este Espíritu el que nos lleva a buscar a Dios, sabiendo que Él sale primero a buscarnos, como nos dice Francisco, que es Dios quien nos “primerea”.
- Cuando estamos llenos del “Espíritu de la Verdad”, vivimos en la verdad de Jesús en medio de este mundo tan lleno de mentiras, de falsedades, de egoísmos. Debemos ser, con la fuerza del Espíritu, testigos de la verdad. Hablemos sin miedo con la verdad, porque el Señor está con nosotros, su Espíritu está en nuestro interior. Denunciemos toda arbitrariedad, corrupción, mentira, violencia… si somos de Cristo debemos hablar con la verdad siempre.
- Que no se pierda este “Espíritu de la Verdad” en nuestra Iglesia de hoy. Hago mías las palabras de Francisco: “Pidamos al Espíritu Santo que nos recuerde siempre, siempre, este acceso al Padre, que nos recuerde que tenemos un Padre, y a esta civilización que tiene un gran sentido de orfandad, conceda la gracia de reencontrar al Padre, el Padre que da sentido a toda la vida y hace de los hombres, una familia”. ASÍ SEA.