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La resurrección de Jesús nos abrió las puertas a la alegría y al gozo

Homilía del segundo Miércoles de Pascua

Quito, 22 de abril de 2020

  • Leía el otro día un testimonio de un sacerdote recién ordenado, misionero en un país con conflictos muy graves y se extrañaba cómo la gente sonreía a pesar de tantos problemas que sufrían. Y le preguntaba a la gente: ¿Cómo son capaces de reír a pesar de lo que viven? La respuesta fue simple y convincente: “Sólo tenemos la sonrisa, algo que no podrán quitarnos”.
  • Y creo que todos estamos viviendo esta situación. La crisis es total, de salud y económica. ¿Dejaremos de sonreír? No, no podemos dejar de hacerlo. Saldremos adelante, iremos construyendo un mundo nuevo con la fuerza del Señor Resucitado en nuestro corazón. Esa fuerza es la que hará que sigamos adelante, que sigamos caminando cada día.
  • La lectura de los Hechos de los Apóstoles de hoy nos pone en una situación similar. Los cristianos son encarcelados, pero una fuerza superior abrió las puertas que le impedían salir, y les permitió evangelizar en libertad: tenían que predicar su modo de vida, la fuerza de Cristo en sus vidas, y lo expresaban con alegría.
  • No podemos dejarnos vencer. El mundo ha vivido muchos lujos, muchos derroches, y al mismo tiempo grandes contradicciones, miseria, hambre, guerra, injusticias. Y lo que vivimos hoy, esta grave pandemia y crisis económica, debe hacernos reflexionar, debemos cambiar, debe cambiar nuestro mundo. Y en esta realidad no podemos dejar de anunciar y predicar a Cristo Resucitado.
  • Debemos ponernos en las manos del Señor, confiando plenamente en Él y anunciando su presencia resucitada. ¿Quién podrá detener el anuncio de la Palabra de Dios? ¡Nadie! Excepto nosotros mismos si perdemos la esperanza y la confianza en el Señor.
  • Debemos ser esos cristianos valientes que ante la crisis que vivimos, anuncien con esperanza a Cristo Resucitado, y lo debemos hacer comenzando en nuestras propias casas, Iglesias domésticas.
  • Hoy, con fuerza y profunda fe, hablo de Cristo Resucitado, lo anuncio confío plenamente en Él, sé que no nos dejará solos, que Él nos señalará caminos nuevos, caminos de vida, caminos de justicia y de fraternidad. No permitiré en mi vida, que los miedos y temores, que tengo, detengan el anuncio de la Vida y del Amor y de la Paz que nos ha traído Cristo con su Resurrección.
  • Y el Evangelio nos habla del amor de Dios. Sí, del amor de Dios, un amor que nunca debemos dudar.
  • “Tanto amó Dios al mundo”… es una frase que nos debe hacer pensar en la bondad de Dios. Él es toda bondad, y quiere manifestarse en nosotros trayéndola a nuestra existencia. Dios es un Dios de la vida, se solidariza en nuestra vida, viviendo y padeciendo nuestros sufrimientos, para que sintamos cómo nos sostiene y alcancemos la alegría en el dolor.
  • “Tan amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”… Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a nosotros, pobres pecadores. Pero no solamente nos amó, no solamente se entregó por nosotros, sino que junto con esto nos regaló el poder ser llamados “Hijos de Dios”, nos dio la vida y la vida en abundancia.
  • No podemos pensar en una idea de un Dios vengativo, un Dios castigador, menos aún en los momentos que vivimos. Jesús no murió y resucitó para que sigamos viviendo en el temor sino en el amor.
  • La resurrección de Jesús nos abrió las puertas a alegría y al gozo, a la confianza plena en su amor y en el perdón del Padre que nos ha amado. En este momento de dolor, de llanto, de incertidumbre y de temor, confiemos, confiemos, confiemos en Dios que nos ama inmensamente.
  • Y hoy yo doy gracias al Señor por el regalo de la vida. Son SESENTA Y DOS AÑOS, que pensé celebrarlos de manera diferente, pero que los pienso celebrar en casa, “solo, pero al mismo tiempo acompañado por todos”, acompañado por mi familia, mis hermanos obispos, los sacerdotes y seminaristas de Quito, el personal de la Curia, mis amigos de todos lados.
  • Una vez leí que “la vida no tiene sentido, se lo das tú, con lo que hagas, con lo que te apasiones, con tus ilusiones. Tú construyes el universo a tu medida”.
  • Comparto en parte este pensamiento. Creo que la vida de por sí tiene sentido, un sentido que nos lo da Dios y que tenemos que ir descubriendo. Eso sí, también vamos dando sentido a nuestra vida con todo lo que hagamos, con todo lo que aprendemos, con todo lo que vivimos y con todo lo que somos.
  • Vamos dando sentido a nuestra vida con el corazón que ponemos en ella. Y los que me conocen bien, saben que soy un hombre de gran corazón, un apasionado por la vida, por lo que hace, por lo que quiere y por lo que lucha. Ese ser apasionado me hace parecer fuerte, pero quienes llegan a conocerme de verdad saben que tengo gran corazón para todos.
  • Hoy doy gracias por la vida, por la vida que Dios me ha dado. Doy gracias porque estoy vivo, hasta este momento tengo vida y salud. Les confieso, ni yo ni nadie sabe si saldrá de esta pandemia. Mis obispos auxiliares conocen mi voluntad en el testamento que dejo. En algunos momentos me he deprimido, y eso que predico esperanza, pero soy humano, me quiebro, pero inmediatamente me levanto y me digo a mí mismo que hay muchos que necesitan ser animados, miro al Señor y Él me da la fortaleza necesaria.
  • Pensaba celebrar con alegría y con muchos este cumpleaños, así como el año de mi posesión como Arzobispo. Pero no será así. El otro día en la capilla, en esta capilla, le decía al Señor: “Hoy tú me pides celebrarlo diferente, me pides celebrarlo buscando la ayuda para mucha gente, me pides celebrarlo buscando sobre todo la ayuda espiritual y material para mis sacerdotes”. Le di gracias, porque este estar “encerrado”, esta cuarentena, me ha hecho amar más profundamente mi Arquidiócesis, a mis sacerdotes, seminaristas y fieles.
  • Se los dije a ellos el otro día: ¡Cuánto anhelo verlos! ¡Cuánto anhelo abrazarlos! ¡Cuánto anhelo encontrarnos! Mi vida, la vida que Dios me quiera dar, es para esta Iglesia de Quito y para mis sacerdotes y seminaristas, para ellos y con ellos soy Obispo.
  • Miro ahora hacia atrás. Es una vida que he entregado plenamente a los jóvenes y he servido con “pasión” a la Iglesia como Obispo, en Loja durante cinco años y este año en Quito. Amo a la Iglesia, amo mi vocación, amo mi sacerdocio. Si volviera a nacer, volvería a ser salesiano sacerdote.  
  • No dejen de orar por mí, lo necesito y como digo en cada cumpleaños mío: “Hoy soy más viejo para el mundo, pero más joven para Dios”. ASÍ SEA.