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“La santidad consiste en reflejar a Dios”

HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN JOSÉ

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Betania, 20 de marzo de 2023

¿Qué son los santos? Quiero iniciar esta homilía haciéndome y haciéndoles esta pregunta a todos ustedes queridos hermanos obispos, formadores, sacerdotes y seminaristas que celebramos con alegría la Fiesta del Patrono de nuestro Seminario Mayor.

Me gusta mucho un relato sobre los santos que escuché hace muchos años, dice así: Un día a un niño le preguntan en la catequesis: “Qué son los santos? Y el niño responde: “LOS QUE DEJAN PASAR LA LUZ”. ¿Por qué esta respuesta? Es que el niño antes había estado con su mamá en una gran iglesia, de esas con grandes vitrales en los que están imágenes de los santos. El niño viendo los vitrales le pregunta a su mamá que qué era eso, y ella le responde: “Son los que dejan pasar la luz”.

Este ejemplo debe servirnos hoy y aquí. Para nosotros los santos deben dejar pasar la luz del amor de Dios a nuestras vidas y debemos reflejar esa luz a los demás. Así entendemos la definición sencilla de santidad que hace Francisco en su Exhortación Apostólica sobre la santidad: “La santidad consiste en reflejar a Dios”.

Los santos son también la respuesta de la libertad humana a la gracia de Dios, por eso, son para nosotros MODELOS Y ESTÍMULO EN LA VIDA. Y aquí valdría preguntarnos el cómo nosotros respondemos a la gracia de Dios en nuestras vidas. ¿Somos obispos santos? ¿Somos sacerdotes santos? ¿Son seminaristas santos?

¿Somos una Arquidiócesis Santa? Nos falta mucho, en verdad que nos falta mucho camino para vivir la santidad. ¡Cuánto pecado! ¡Cuánta miseria humana! Lamentablemente nos falta responder en santidad a nuestra vocación y ese creo es el reto que quiero dejarles hoy, a ustedes y a toda la Arquidiócesis en esta fiesta de San José.

El Papa Francisco nos dice, hablando de José, que Dios “le reveló sus designios y lo hizo a través de los sueños, que en la Biblia… son considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad. Y José, el hombre del silencio en el Evangelio, supo responder a esa voluntad de Dios. José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar… En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní” (Francisco).

¿Cómo respondemos nosotros a la voluntad de Dios en nuestras vidas? ¿Buscamos hacer la voluntad del Señor o nuestra propia voluntad? ¿Nos echamos para atrás ante las dificultades cuando buscamos hacer lo que Dios nos pide? ¿Sabemos decir “sí” a Dios en todo lo que nos pide? Estas preguntas primero me has hago a mí. Y hoy respondo, ante la figura de San José, ante su ejemplo y camino de vida, con un “sí” valiente, fuerte y decidido.

Muchos, muchísimos problemas hay en nuestra Arquidiócesis. He vivido días de verdadera “tormenta espiritual”, días en que no veía claro y me cuestionaba el por qué y el para qué de tantos esfuerzos. Con el mal pensamiento de dejarlo todo, no lo niego; pero hoy soy fuerte, la fortaleza la he encontrado en el Señor, en María y en el testimonio valiente, confiado y obediente de José.

Y con San José, el “soñador de Dios”, el hombre de los cuatro sueños donde descubre la voluntad de Dios, el hombre fuerte y del silencio, el hombre que soñando hace lo que Dios le pide; ante él, con profunda convicción personal, hoy quiero decirles nuevamente mis sueños a todos ustedes.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar en una Arquidiócesis en salida, que no se queda sentada, estancada, encerrada, que busque anunciar y testimoniar la persona de Jesucristo a todos.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, en sacerdotes hombres de Dios, apasionados de su vocación, que luchen por superar sus pecados y defectos, pero que avancen con sinceridad buscando ser mejores cada día.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, en que es posible vivir la fraternidad. Para mí, aunque a veces lo parezca, la fraternidad no es una utopía sino una realidad concreta y alcanzable. Para ello, para ser fraternos, debemos ser hombres de corazón y de perdón. Hombres sinceros, que hablen la verdad, hombres alejados del chisme, de la envidia, del rencor, del desquite y de tantas situaciones de miseria que pueden anidar en el corazón.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, en una Arquidiócesis en la que no se busque una carrera como estilo de vida, en la que el criterio sea servir y no servirse, en la que no se busque una parroquia por lo que pueda darnos sino pensar en aquello que podamos dar a los demás con nuestra entrega.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, en seminaristas que respondan con alegría a ese llamado del Señor y que vayan construyendo su vocación día a día. Y aquí, en esta casa del Seminario, sueño con que sea una familia, una verdadera familia, en la que el amor sea el centro de la vida de cada día.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, con parroquias que sean verdaderas comunidades de fe. Parroquias en las que todos, su pastor a la cabeza junto con los religiosos y laicos, constituyan una verdadera comunidad de fe.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, con los jóvenes, ellos son la “razón de mi vida y el sentido de mi sacerdocio”. Y aquí el sueño nos exige trabajar, apostar por una comunidad juvenil, creer y seguir creyendo en los jóvenes, hacer de Quito una Iglesia joven para los jóvenes.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, con una Arquidiócesis que escuche siempre y sepa responder. Que escuche a los pobres, que escuche la voz de la mujer, que escuche a los jóvenes, que escuche a los laicos, que escuche, que no se canse nunca de escuchar. La escucha es un verdadero desafío, nos obliga a salir de nuestra mentalidad autosuficiente y nos hace ver que el “otro” tiene algo que decirme y que puedo aprender algo o mucho del otro.

Sueño, y no dejaré nunca de soñar, con una Iglesia de Quito llena de ternura, cercanía y misericordia. Una Iglesia que, como nos dice Francisco, sea portadora de la caricia de Dios. Llevemos esa caricia de Dios, seamos esos hombres que ayudan a descubrir a los demás, el amor de un Dios cercano.

Sí, hermanos, sí mis queridos seminaristas, esos son mis sueños. Pero como José, no me quedaré soñando. Seré el hombre que se levanta y lleva a la vida esos sueños. Hoy renuevo, ante mi patrono, ese “sí” que di un domingo 3 de marzo de 2019 cuando acepté ser Arzobispo de esta bella, difícil y compleja Iglesia de Quito. Estoy aquí para servir, estoy aquí para dar mi vida, estoy aquí para caminar con ustedes, junto a ustedes, al lado de ustedes, animando, alentando, apoyando, curando y levantando al que se cae y tropieza.

No seamos piedras en el camino de nadie, los invito a todos a caminar juntos, a mirar en una misma dirección, a confiar que es posible hacer realidad estos sueños, a encontrar sentido en el dar la vida y a vivir apasionadamente nuestra vocación común.

Y no olviden, mis queridos seminaristas, sean ustedes esa “nueva semilla” que germinará y hará reverdecer esta Arquidiócesis.

San Pablo VI sobre José nos dice: “Su paternidad se manifestó concretamente al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora a la que le está unida”. Su vida fue eso, un servicio de paternidad. Y eso quiere ser mi vida, quiero ser un padre para todos ustedes, tengo un corazón para dar, y es un corazón grande. ASÍ SEA.