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LA VIDA NO SIRVE SI NO SE SIRVE

Homilía del Jueves Santo

Quito, 01 de abril de 2021

En aquella noche, en aquel primer jueves, eran 12 y el maestro. Ahí, en la casa de Fulano se celebró la primera eucaristía. Era un momento de crisis, de crisis para esa primera comunidad de discípulos. Días atrás Jesús había sido recibido entre aclamaciones por toda Jerusalén, pero con el pasar del tiempo, la oposición y la violencia alrededor de su persona comenzaba a anunciar el drama de esta noche. El profeta estorbaba por su palabra de verdad y por sus gestos en favor de los más pobres. Judas decide salvar su pellejo y entra en conversaciones secretas con los sumos sacerdotes, venderá al maestro por 30 monedas de plata. Pedro y los otros, en un instinto de conservación, huyen o reniegan de Jesús. Lo que empezó 3 años antes en Galilea había llegado a su fin. El maestro detenido y juzgado, los discípulos escondidos y con miedo. Nada tiene esto de un final feliz. 

Y sin embargo, Jesús no huye, no regresa atrás, no busca alternativas, no entra en componendas ni acuerdos. Sigue adelante. ¿Cuál es su fuerza? ¿Dónde radica su locura? ¿Es necesario todo esto?

No sòlo que sigue adelante, sino que su respuesta a la crisis es el servicio, es hacerse el último, el servidor de los demás. Esa es su fuerza. Su locura vivir para servir. Lo necesario radica en el servicio. En vencer nuestro egoísmo, en dejar de querer salvar nuestro pellejo, en dejar de estar dispuestos a todo para salvarnos solos. Y así, empieza una nueva historia, una historia en la que la humanidad aprende a ser humana. Tomó el pan y dijo “este es mi cuerpo que se entrega por Uds.”, tomó el caliz lleno de vida y dijo “esta es mi sangre que será derramada por uds.”.

Como en aquella noche, nuestra iglesia, nuestro templo, nuestra catedral, nuestro cenáculo, es nuestra casa, tu casa. Como aquella noche la humanidad entera vive un momento de crisis. Tenemos miedo. Buscamos culpables. Nos preocupa el mañana. Nos preocupa “nuestro” mañana. Me preocupa tan solo “mi” mañana. Y sí, estamos dispuestos como Judas a traicionar a los que tenemos a nuestro lado, estamos dispuestos como Pedro a negar la fraternidad. Pero como Jesús esa noche, y como lo han hecho miles de hombres y mujeres desde entonces, y como lo hacen hoy miles de hermanos nuestros, la única manera de afrontar la crisis es el servicio, es vencer el miedo, y lavarnos los pies los unos a los otros. Nadie se salvará solo. Cada enfermo, cada vida perdida, no son sólo una cifra más en las estadísticas de esta pandemia. Son hermanos, sangre de mi sangre, carne de mi carne,  y sólo cuando su dolor sea el nuestro, solo cuando sus lágrimas sean las nuestras, solo cuando sus muertos sean los nuestros, sólo entonces una nueva humanidad resurgirá de este enorme sin sentido.

Una vez más encontramos en esta noche el itinerario que tú y yo tenemos que recorrer.  Es el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo pasajero, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de redirigir el rumbo de la vida hacia Dios, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del servicio derramada y plasmada en valientes y generosas entregas, capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy las páginas más importantes de la historia de este siglo: médicos, enfermeros y enfermeras, agricultores y campesinos, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.  Es frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

Y sí, queridos hermanos y hermanas, esta noche venció Jesús, venció la fuerza del servicio, la fuerza del Amor, y sí, tú y yo, el Señor, en Él y con Él, tú y yo, venceremos una vez más; no para ser más fuertes e invencibles, sino para entender de una vez por todas, que la fuerza de Dios, la única que puede dar sentido a nuestra vida, es el Servicio, y nadie sirve desde la altura de un trono o desde el interior de un palacio, sino cuando dejamos nuestro orgullo y nuestra vanidad y nos lavamos los pies los unos a los otros. La vida no sirve si no se sirve. Amen.