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“¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!"

HOMILÍA EN EL XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 15 de agosto de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Nuevamente aquí en medio de ustedes, ahora en esta misa dominical en la que celebramos también la Fiesta de la Asunción de María, Fiesta Patronal.

Hemos ido reflexionando en los domingos anteriores sobre la multiplicación de los panes y de los peces, la mirada misericordiosa de Jesús ante la multitud que estaba como “oveja sin pastor”. Hemos venido escuchando también el discurso de Jesús sobre el “Pan de Vida”, que es Él mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía.

El pasaje que hemos proclamado hoy nos presenta la última parte de ese discurso, y hace referencia a algunos entre la gente que se escandalizaron porque Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.

Francisco nos dice: “El estupor de los que escuchan es comprensible; Jesús, de hecho, usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente, y también en nosotros, preguntas y, al final, suscitar una decisión”. ¿Qué preguntas suscita? La primera sería el qué significa “comer la carne y beber la sangre” de Jesús. ¿Es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real?

Yo diría que también hoy nos pudiéramos preguntar acerca de qué hambre tenemos. ¿Tenemos hambre de Dios? ¿Tenemos hambre de fama, de notoriedad, de lujos, de comodidades? ¿Tenemos hambre de justicia, de amor, de fraternidad, de servicio?

Para mí, el hambre del “cuerpo y sangre de Cristo” va íntimamente unida al “hambre de amor y de justicia”. El comulgar con Cristo me lleva indudablemente a comulgar con el hermano, a buscar su bien a servirlo y a partir y compartir mi vida por el otro, así como Cristo parte y comparte su vida.

Francisco nos recuerda que “es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le espera”.

Comulguemos con Cristo en la Eucaristía. Comamos su Cuerpo y beber su Sangre.

¿Qué significa esto para nosotros hoy? ¿Qué significa para ti y para mí? Hay una sola finalidad precisa: “Que nosotros podamos convertirnos en una sola cosa con Jesús. De hecho, Él dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Ese “habitar”: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro “sí”, nuestra adhesión de fe”. (Francisco).

Sería bueno preguntarnos el por qué o para qué venimos a la Eucaristía, el por qué o para qué comulgamos. ¿Venimos por cumplir, por una experiencia espiritual, por una oración personal, para pedir algo?

Debemos ir más allá, no es una simple oración, o una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena. Debemos comprender que es “MEMORIAL”, es decir, un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús. “El pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros. La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos” (Francisco).

Comulgar, “nutrirnos de ese Pan de vida”, nos compromete a entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asumir sus opciones y elecciones, hacer nuestros sus pensamientos, sus comportamientos. Si comulgamos, AMAMOS y amamos si COMULGAMOS. “Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de solidaridad y de servicio” (Francisco). ¿Se da esto en nuestra vida cuando comulgamos? ¿Se nota que somos hombres y mujeres que “comen el Cuerpo y beben la Sangre de Cristo”?

Y celebramos esta Fiesta de la Asunción de María a la que se han venido preparando a través de la novena. Me gusta mucho hacia dónde Francisco nos lleva a dirigir la mirada en esta Fiesta: “La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos, especialmente para cuantos estás afligidos por dudas y tristezas y que viven con la mirada dirigida hacia abajo, “persiguiendo cosas de poca importancia: prejuicios, rencores, rivalidades, envidias, bienes materiales superfluos… Ante tantas mezquindades en la vida, María nos invita a levantar la mirada a las “grandes cosas” que el Señor ha realizado en Ella”.

Y en esta tónica, comparto la oración de Mons. Jorge Solórzano Pérez, Obispo de Granada en Nicaragua dicha ante la imagen de la Virgen y que creo que debemos hacerla hoy nosotros, mirando el rostro y el corazón de María. Y nos viene bien, porque estamos afligidos y desesperanzados por la pandemia que no termina de irse.

“¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos! Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande y aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie”.

No debemos cansarnos, aunque nuestras obras y acciones se vinieran abajo, aunque nos cueste empezar de nuevo, no debemos cansarnos.

¿Cuál debe ser nuestra actitud? El obispo nos lo dice con claridad: “Firmes, decididos, alentados, sonrientes como Tú, con los ojos de la cara fijos en el otro y en sus necesidades para socorrernos, con los ojos del alma fijos en el Corazón de tu Hijo que está en el sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios”.

Volvamos hoy los ojos a María, miremos fijamente a su corazón y digámosle ¡Madre querida!... ¡Que no nos cansemos! No podemos volver la cara atrás, ni cruzarnos de brazos, no nos quedemos lamentando, Ella nos dará la mano para caminar.

“Mientras nos quede un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar y hacer un poco de bien a los demás… ¡Madre mía, por última vez! ¡Te rogamos no cansarnos!”.

María nos espera en el cielo, “nos espera como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa, es nuestra “puerta al cielo”… Ella es la Reina del cielo, es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con cuidado” (Francisco).

Miremos a María, sintamos su amor, recordemos que estamos llamados a sus alegrías, que somos amados y acogidos por su corazón de Madre. ASÍ SEA.