“Morir en la Iglesia, morir en la esperanza y morir dejando en herencia un testimonio cristiano”
Guayaquil, 21 de febrero de 2021
Estamos aquí, con un corazón que llora, pero al mismo tiempo lleno de esperanza cristiana en la Resurrección, para despedir a Gustavo, el esposo, padre, abuelo, bisabuelo, hermano, tío, padre espiritual, guía y amigo.
Resulta difícil comprender la realidad de la muerte. Muchas preguntas nos hacemos frente a ella, y no hay respuestas desde la razón, sino desde la fe.
El Papa Francisco nos invita a pedir a Dios tres gracias ante el misterio de la muerte: “Morir en la Iglesia, morir en la esperanza y morir dejando en herencia un testimonio cristiano”.
Estas tres gracias se han hecho realidad en la vida de Gustavo. Él ha muerto en “la Iglesia”. Ha tenido la gracia de morir en el seno de la Iglesia, ha permanecido hasta el final como hombre de Iglesia y como gran evangelizador. Su vida fue el Evangelio, su vida fue Cristo. “Me basta tu gracia” fue un motor en su vida, y también “Cuento contigo”, el lema de las convivencias que recordaremos siempre.
Ha muerto en la gran casa que es la Iglesia. Esto es una gracia de Dios. Nosotros debemos pedir: “Señor, ¡hazme el regalo de morir en casa, en la Iglesia!” (Francisco). A pesar de nuestros pecados, pidamos morir en la Iglesia. “Y la Iglesia es tan madre que nos quiere así, muchas veces sucios. La Iglesia nos limpia: ¡es madre!”.
La segunda gracia es morir tranquilo, en paz, sereno, en amor, morir en esperanza. Cantó a la Virgen en sus momentos finales. No sufrió al morir, y como me dijo María Isabel, “es un lindo regalo que Dios le dio”.
Y aquí quiero decir unas palabras para ti María Isabel, compañera hasta el final. El libro de los Proverbios dice: “Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella…” Gustavo encontró en ti a esa gran mujer, una verdadera compañera de vida, esposa y madre que brindó siempre amor, de manera especial a Michi a quien dedicaste tiempo, paciencia, dulzura y comprensión. Supiste también compartir a Gustavo con todos nosotros y te convertiste en nuestra madre espiritual. San Pablo VI, hablando de María señala que Ella, fue “una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio”, y estas palabras se aplican perfectamente a ti, mujer fuerte, esposa y compañera en las buenas y en las malas, compartiendo aún aquellas en las que no estabas muy de acuerdo. Gracias María Isabel por ese testimonio dado a todos, de manera especial a tus hijos y nietos.
Morir en la esperanza significa morir en la conciencia de que en el otro lado lo esperan; al otro lado continúa la casa, continua la familia, no estaremos solos. Esta es una gracia que debemos pedir porque en los últimos momentos de la vida, nosotros sabemos que la vida es una lucha y que el espíritu del mal quiere vencer. “No nos espera la oscuridad, no nos espera el vacío, no nos espera el sinsentido, no nos espera la nada. Este no puede ser el pensamiento de un cristiano”. (Francisco).
Debemos poner toda nuestra confianza en Dios, poner nuestra esperanza en Cristo Resucitado. ¡Qué hermoso morir confiándose plenamente a Dios! Esa confianza en Dios al final de nuestra vida comienza ahora, en las pequeñas cosas de la vida, en el día a día. Comienza ahora al poner en las manos de Dios nuestros grandes problemas, nuestro dolor y nuestras situaciones difíciles de la vida. Confiémonos siempre en el Señor.
Por último, se nos invita a pedir la gracia de dejar la herencia de un testimonio cristiano. Podemos dejar muchas cosas o pocas cosas al final de nuestras vidas. Preguntémonos: ¿qué herencia dejo a los que vienen detrás de mí? La principal herencia debería ser “una herencia de vida”. ¿He hecho el bien a la gente que me quiere? ¿Dejo sabiduría, alegría, paciencia, servicio, perdón, honradez…una vida entregada?
Debemos dejar la herencia de nuestro testimonio cristiano. La herencia de todo el bien que vamos sembrando y viviendo cada día, en el corazón de los demás. Gustavo nos deja esa herencia, una herencia de una vida cristiana vivida desde el Evangelio, de un amor de familia, de una honradez acrisolada, de un trabajo realizado, de una fe profunda, recordemos que en su escritorio en la Presidencia tenía un cuadro pequeño, bordado en punto cruz con la frase de Doña Laura: “No temas, ten fe solamente”.
Nos deja la herencia de un Estadista, de un hombre entregado a servir y a hacer el bien, de una alegría que contagiaba, de su genio enérgico, de una fortaleza de espíritu y de educar siempre en el camino del bien.
Francisco nos recuerda que el cristiano tiene por rasgos: tener un corazón grande porque es hijo de un Padre misericordioso, y ser testigo de la luz de Cristo. Y Gustavo fue testigo de esa luz, iluminó la vida de su hogar, de su país, de tantos amigos y de miles de jóvenes.
Enterraremos su cuerpo, pero no su espíritu y su amor que estarán siempre presentes en ti María Isabel, en ustedes: Laura María, Pablo, Carmen Elena, Susana y Diego, como está también presente, de manera particular, el amor y el espíritu de Michi. Estarán presentes en sus nietos, bisnieta, hermanos, sobrinos, familia, en el país y en sus amigos.
La oración titulada: “La muerte no es nada”, va en este sentido, nos dice:
“Llámame por el nombre que me has llamado siempre, háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste.
Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie en casa mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas”
Vivan y sigan viviendo el amor de él en sus vidas. Él los sigue amando y está junto a ustedes, no los ha dejado solos, porque un esposo, un padre, un abuelo, un hermano, no deja nunca solo a su familia. Nosotros también lo sentiremos cercano, porque la amistad es para siempre, aunque como decía Cortez, “cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”. Gustavo está presente. Una presencia nueva, distinta. Una presencia que la sentiremos cada vez con mayor profundidad y que reemplazará a la ausencia. Una presencia que viene de Dios, porque él está junto al Señor, viviendo la Vida con Dios, en el pedacito de paraíso prometido por Don Bosco a sus hijos, y Gustavo fue un hijo en “mangas de camisa” del Santo de los jóvenes. Y desde allí nos bendice.
La Auxiliadora, quien con su gran manto nos cobija a todos, lo ha cobijado ahora de manera especial y lo ha llevado de su mano al encuentro del Señor de la Vida.
Descansa en paz querido Gustavo, amigo, compañero de camino de vida junto a los jóvenes, pero, sobre todo, mi “padre espiritual”. Este tu hijo, salesiano, sacerdote y Obispo te despide y te dice, usando las palabras de San Pablo, el gran apóstol a quien admiraste tanto y bajo cuya luz nos formaste: “He participado en una noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación”. ASÍ SEA.