“No olvidemos que el verdadero poder es el servicio”.
Quito, 07 de febrero de 2021
En este domingo tan importante para nuestro país, domingo de elecciones presidencial y de asambleístas, nos reunimos alrededor del altar y como hombres y mujeres de fe, elevamos nuestra oración y mirada al Señor.
Somos un país consagrado al Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, en estos corazones llenos de misericordia ponemos a nuestra Patria, pedimos para que quienes sean elegidos respondan a las necesidades más urgentes de la población, y lo hagan “libres de toda forma de demagogia que atenta contra la verdad y la justicia” (Carta “Responsabilidad Política”).
Jesús ha liberado en la sinagoga a un hombre poseído por un espíritu maligno. Se dirige luego a la casa de Simón, entra en esta casa. Aquí quiero hacer una primera reflexión. Sale de la sinagoga, lugar oficial de la religión judía y pasa a la casa de Simón. La casa es el lugar donde se vive la vida de cada día junto con los seres más queridos. En esa casa, y en todas las casas que Jesús entra, se va a ir gestando la nueva familia de Jesús, se va a ir gestando una nueva forma de vivir.
Y Jesús debe entrar a nuestras casas, la pregunta es si le abrimos la puerta para que entre en ellas. Nuestras casas, en donde en todo este tiempo de pandemia hemos vivido la fe, se han convertido en verdaderas iglesias domésticas, son un hogar, deben serlo. Francisco nos dice claramente que “Tener un lugar donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas, se llama bendición”.
Le avisan a Jesús que la suegra de Simón estaba en cama, con fiebre y Él no se queda indiferente frente a lo que pasaba en esta casa, en esta familia. Aquí destaco algunos verbos que nos trae el Evangelio y que reflejan la actitud y la acción del Señor: acercó, tomó de la mano, levantó. Estas acciones curan a la enferma postrada en una cama.
Jesús va a romper el sábado por segunda vez el mismo día. Para Él, lo importante es la vida de la persona, pone en el centro de toda su acción a la persona concreta, con su realidad, sus necesidades, sus problemas, sus angustias, sufrimientos y también sus alegrías.
Volvamos a las acciones de Jesús. En primer lugar, “se acercó”. Es lo primero que hace siempre: acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su sufrimiento. Es lo que debemos hacer todos nosotros. ¿Nos acercamos a quien está sufriendo? ¿Nuestra cercanía hace sentir al otro la caricia de un Dios que lo ama? ¿Sabemos mirar el rostro de quien sufre? ¿Cómo y por qué nos acercamos al otro?
Luego de acercarse, “la toma de la mano”: toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la mujer sienta su fuerza curadora. Debemos ser una Iglesia que “toca a los pobres y a los que sufren”, debemos ser cristianos que no tenemos miedo de tocar al que está herido por la vida, como nos dice Francisco, “Quien acaricia a los pobres toca la carne de Cristo”. Acércate y toca, no estés lejano de quien está sufriendo, que puede estar en tu propia casa, enfermo de tanta soledad. Acércate y toca su vida, su dolor, su drama, su realidad.
Y la tercera acción de Jesús, “la levantó”, la puso de pie, le devolvió la dignidad. Y nosotros, ¿Levantamos al que está caído o lo miramos de lejos? ¿Tengo miedo de acercarme, tocar y levantar al otro? ¿Por qué?
Jesús siempre está en medio de los suyos, en medio nuestro, con una mano extendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no se servido. Me parece muy interesante, que la mujer, una vez curada, se pone a “servirles”, sirve a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Nosotros, cristianos de hoy, debemos hacer eso, servir a los demás, servir a todos, servir con amor. Francisco nos dice con claridad: “No olvidemos que el verdadero poder es el servicio”.
Y aquí quiero unir mi reflexión del Evangelio con el momento histórico que vivimos hoy. Elegimos hoy a quienes nos van a gobernar, a ellos les vamos a dar el “Poder en la Constitución”. Un “poder”, que debe ser eso, SERVICIO.
Nuestra participación hoy es una obligación ciudadana. Con nuestro voto, como dijimos los Obispos del Ecuador en la Carta “Responsabilidad Política”, “…hacemos historia y generamos progreso o retroceso, empleo o desempleo, seguridad o inseguridad, honestidad o corrupción, justicia o impunidad. Un voto que responda fundamentalmente a nuestros valores, a nuestros sueños, a nuestra fe…”
Y mi voto va a responder a mis sueños, que quiero compartir con ustedes:
Sueño con un Ecuador de hermanos, no de enemigos. Un Ecuador en el que podamos hablar, confrontar ideas, buscar consensos y todo ello para lograr ideales grandes.
Sueño con un Ecuador donde brille la justicia, y que la misma sea para todos. Un Ecuador en que cada uno actúe buscando el bien de los demás y no se quede en una búsqueda egoísta de sus propios intereses.
Sueño con un Ecuador transparente, donde brille la honestidad como conducta de vida. Donde todos nos comprometamos por ser hombres y mujeres honestos y cumplir las leyes, desde las más pequeñas, porque no importa lo poco o lo mucho, lo importante es ser íntegro en todos los actos.
Sueño con un Ecuador en que se haga realidad aquel gran deseo de San Juan Pablo sobre nuestro país, y ratificado por Francisco a nivel general: “Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez”.
Sueño con un Ecuador en el que todos cuidemos la “casa común”, construyamos puentes de cercanía, cultivemos la “cultura de la escucha” y desterremos la “cultura de la indiferencia”.
Por estos sueños voy a depositar mi voto. Un voto pensado, meditado y, sobre todo, orado, porque no dejo ni dejaré de soñar en que Dios reine en nuestro país a través de cada uno de nosotros, primeros constructores del Reino.
Y luego de votar, luego de los resultados, el saber que el Ecuador lo construimos desde nuestras casas. No es tarea de otros, es tarea tuya y mía, de todos nosotros. Es responsabilidad nuestra.
Digamos todos: “Sagrado Corazón de Jesús, Sagrado Corazón de María, en ustedes confío y a ustedes confiamos nuestro Ecuador”. ASÍ SEA.