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No somos un país de muerte, somos un país de vida

Homilía del XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Quito, 30 de agosto de 2020

 Quiero comenzar la homilía de hoy con una frase del Papa Francisco: “Jesús nos prepara para acompañarlo con nuestras cruces en su camino hacia la redención”. Es que hoy se nos habla de cruz, de cargar nuestra cruz, de seguir al Señor, de salvar o de perder la vida. Es un Evangelio que cuestiona la vida y nos hace entender el verdadero sentido de nuestro ser de cristianos.

Y como Pedro, luego de confesarlo como “El Hijo de Dios vivo”, podemos decir: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. Pedro no entiende el camino de cruz que hay que asumir para llegar a la salvación.

“Un cristiano no puede entender a Cristo Redentor sin la cruz, sin estar dispuesto a llevarla con Jesús” (Francisco). Debemos cargar la cruz, sentir en nosotros ese “peso” de la cruz, de otra manera, recorreremos un camino “bueno” en apariencia, pero no un camino “verdadero”.

Jesús nos lo dice con claridad: “el que quiera venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. ¿Estamos dispuesto a ello? Y, “no se trata de una cruz ornamental, o ideológica, sino, es la cruz de la vida, es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con amor, por los padres, por los hijos, por la familia, por los amigos, también por los enemigos; la cruz de la disponibilidad a ser solidario con los pobres, a comprometerse por la justicia y la paz” (Francisco).

Cuando uno “asume” esta actitud, asume estas cruces, siempre se pierde algo. Y Jesús lo dice claramente: “el que pierda su vida por mí la encontrará”. Es, como nos dice Francisco: “perder, para ganar”. Y muchos hacen vida esta “paradoja” del Evangelio. Muchos “pierden” su vida ofreciendo su tiempo, su trabajo, sus fatigas, sus ilusiones, su juventud o su ancianidad, su solidaridad y cercanía, e incluso su propia vida para no negar su fe a Cristo, porque hoy sigue habiendo mártires de la fe y en muchas partes, incluso de nuestra América, la Iglesia está siendo perseguida.

Jesús nos dará la fuerza con su Espíritu para no desfallecer en nuestra vida cristiana, para ir adelante en el camino de la fe y del testimonio, para hacer aquello que creemos y por el cual nos jugamos la vida. Tomemos la cruz, no dejemos de hacerlo, seamos valientes, perdamos la vida por Cristo, no callemos la verdad que nos mueve y no claudiquemos en nuestros principios.

Por eso, al terminar esta homilía, quiero hacer referencia al Código Orgánico de la Salud que fue aprobado el pasado 25 de agosto por la Asamblea Nacional. Me pregunto, ¿Es un Código de la Salud o es un CÓDIGO DE MUERTE?

 

No nos dejemos engañar, que no entre por “la ventana”, aquello que todo un pueblo dijo que no en una consulta. No queremos un aborto por una supuesta emergencia obstétrica, no queremos que los padres de familia pierdan su papel frente a sus hijos en la educación sexual de ellos, no queremos que los médicos no puedan ejercer su objeción de conciencia frente a un aborto, no queremos los vientres de alquiler que atentan contra la dignidad misma de la mujer y el sentido de la maternidad, no queremos que alguien no pueda decidir ser acompañado profesionalmente en vistas a asumir su sexualidad biológica.

No callemos, ellos, los que votaron por esta ley, “quieren ganar el mundo”, pero como dice Jesús, “lo pierden”, y lo lamentable, es que manchan sus manos de sangre porque la ley de la salud, tal como está aprobada, es una ley de muerte, de sangre y de falsas ideologías.

Le pedimos, los hombres y mujeres de fe, y la gran mayoría del pueblo ecuatoriano, a nuestro Presidente de la República, que vete estos artículos. No somos un país de muerte, somos un país de vida. Le pido, de manera especial, Sra. María Alejandra Muñoz, mujer de fe, que tome su cruz, la cruz de Jesús, la cruz que es cruz de vida, no de muerte y escuche todo el clamor de un pueblo ante una ley de muerte, y lo haga a ejemplo de María, la Virgen, mujer portadora de la vida y mujer fuerte al pie de la cruz. ASÍ SEA.