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"Nos toca a todos a seguir sembrando valores en nuestra sociedad"

Homilía del Domingo XVI del Tiempo Ordinario

Partimos hoy de una visión de Dios “bondadoso y clemente” como hemos repetido en el salmo. Esa visión muchas veces contrasta con la visión que podemos tener de Dios, un Dios simplemente castigador, un Dios implacable, un Dios lejano del hombre.

El libro de la Sabiduría nos presenta la imagen de un Dios que no hace distinción de personas, que ama a todos y es capaz de perdonar a todos, un Dios misericordioso.

Ese amor de Dios es nuestra fortaleza cuando dudamos, y creo que es esa fuerza de su amor la que hemos sentido en estos tiempos en que a veces hemos dudamos y cuestionado a Dios. Él es quien nos ha llenado de una “dulce esperanza”, es que en Él está siempre nuestra esperanza y lo está de manera especial en estos tiempos de pandemia.

Por eso, se nos invita a levantar nuestra mirada y nuestro corazón hacia Él a toda hora y pedirle lo que nace de lo más profundo de nuestro corazón, porque es “bondadoso y clemente” y porque Él escucha nuestra oración y súplica ya que es compasivo y misericordioso.

¿Confiamos en Dios? ¿Elevamos nuestra oración hacia Él? ¿Nos ponemos en sus manos? ¿Le exigimos a Dios en nuestra oración?

San Pablo nos dice que “nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”, por eso, nuestra oración debe ser la oración del creyente que se abandona confiadamente a Dios, a su bondad, a su poder, a su sabiduría, aunque a veces no entendamos, pero eso sí, convencidos de que Dios sí sabe lo que nos conviene. ¿Así es nuestra oración? Creo que a veces somos muy exigentes con Dios en lo que le pedimos y más ahora, cuando realmente no entendemos lo que pasa y nos cuesta entender todo lo que sucede.

El Evangelio de hoy nos presenta tres parábolas, la del “trigo y la cizaña”, la de la “semilla de mostaza” y por último, la de la “levadura en la masa”.

Jesús sigue hablando en parábolas, comparaciones sencillas y fáciles de entender, pero con un profundo mensaje para sus oyentes y para nosotros.

La cizaña es una gramínea cuyo tallo crece en forma de caña y sus flores se desarrollan en espigas, aparece de manera espontánea en los sembrados donde crece el trigo y es considerada como maleza. Produce unos hongos que pueden contaminar a las espigas de trigo, por lo que al consumir estos granos o harinas puede resultar tóxico.

¿Quién siembra la cizaña? Francisco nos dice: “La enseñanza de esta parábola es doble. Ante todo, dice que el mal que hay en el mundo no procede de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Curiosamente, el Maligno va de noche a sembrar cizaña, en la oscuridad, en la confusión; va a donde no hay luz para sembrar cizaña. Se trata de un enemigo astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de manera que, a nosotros, los hombres, nos resulta imposible separarlos netamente; pero Dios, al final, podrá hacerlo”.

Decía la semana anterior que todos somos sembradores y que estamos invitados a sembrar las semillas buenas de justicia, verdad, honradez, solidaridad y amor. Y sembrarlas en nuestras familias, en nuestros ambientes de trabajo, en medio de nuestros amigos, en nuestra sociedad.

Pero vemos que el “Maligno” siembra la cizaña en nuestras familias, ambientes, amigos, en nosotros mismos y en nuestra sociedad.

La cizaña no destruye el trigo. Solo hace que sea más difícil para el trigo crecer hasta la madurez. Así es con nosotros los cristianos. Nadie puede quitarnos nuestra fe, pero estar a la altura se hace más difícil por la mala influencia, el mal ejemplo de tantos y tantos.

¿Cuánta cizaña hay sembrada en nuestro Ecuador? Creo que mucha. El Maligno se ha valido de aquellas personas, que debían sembrar el bien, pero que han sembrado el mal, para hacernos sucumbir. ¿Podemos ser honrados en medio de tanta cizaña de corrupción? ¿Podemos ser sinceros en medio de tanta cizaña de mentiras? ¿Podemos ser solidarios en medio de tanta cizaña de egoísmo? ¿Podemos practicar la justicia en medio de tanta cizaña de injusticia institucionalizada? ¿Podemos realmente amar en medio de tanta cizaña de odio?

Está allí la cizaña, parece que nos ahoga, que no nos deja respirar, quisiéramos arrancarla inmediatamente, pero aquí viene la segunda enseñanza de la parábola, la contraposición entre la impaciencia de los criados y la espera paciente del amo del campo, que representa a Dios. Francisco nos dice: “A nosotros, nos entra a veces una gran prisa por juzgar, por clasificar, por apartar aquí a los buenos y allí a los malos… Dios, por el contrario, sabe esperar. Él contempla el “campo” de la vida de cada persona y con paciencia y misericordia, ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los gérmenes del bien, y espera confiado a que maduren. Dios es paciente, sabe esperar…”

La actitud del amo “es la de la esperanza basada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y Gracias a esta esperanza paciente de Dios, la misma cizaña, es decir el corazón malo con tantos pecados, al final puede convertirse en buen trigo” (Francisco).

Pero esta paciencia de Dios no podemos confundirla con indiferencia ante el mal. Sabemos, y es fruto de nuestra esperanza en Dios, que al final la victoria del bien sobre el mal se dará, “… al final, el mal será erradicado y eliminado: cuando llegue la siega, o sea el juicio, los segadores cumplirán la orden del amo, separando la cizaña para quemarla. Es día de la siega final, el juez será Jesús” (Francisco).

Nos toca a todos a seguir sembrando valores en nuestra sociedad, esos valores pueden parecer hoy esa pequeña semilla de mostaza, la más pequeña de todas, pero que crecerá y se hará un árbol robusto. Nos toca seguir siendo levadura en la masa, ser levadura en nuestra sociedad de hoy, no perder esa esperanza de que, con nuestra vida, con nuestro testimonio cristiano auténtico podemos fermentar la masa, podemos hacer crecer valores.

No nos puede vencer la desesperanza, no nos pude vencer la corrupción, la deshonestidad, el odio, la injusticia, la mentira, el cinismo y tanto mal que vemos a diario. No, no nos dejemos vencer, seamos esa levadura, cambiemos esta sociedad, seamos auténticos, verdaderos sembradores de bien, aunque parezca que la cizaña nos ahoga, confiemos y esperemos en la paciencia y en la bondad de Dios.

Que María, nuestra Madre paciente y servicial, testimonio de amor y de entrega a los demás, sea nuestra fortaleza en este camino de bien. ASÍ SEA.