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"Nuestro hermano Raúl nos hizo bien, pasó haciendo el bien, fue un hombre de bien"

HOMILÍA EN MEMORIA DEL CARDENAL RAÚL VELA CHIRIBOGA ARZOBISPO EMÉRITO DE QUITO

Quito, 16 de noviembre de 2020

 Hoy quiero que sea una celebración diferente, no una celebración de muerte sino de vida, porque la muerte no se celebra, se celebra la vida y hoy celebramos la vida y el testimonio de vida que nos ha dejado nuestro querido Cardenal Raúl Eduardo Vela Chiriboga, Arzobispo Emérito de esta Iglesia de Quito.

Isaías, en la primera lectura que hemos proclamado nos dice que, el Señor del universo, “Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo”.

Hoy su familia, sus amigos más cercanos, aquellos a quienes sirvió, la Fundación que creó, y nosotros, pastores y sacerdotes de esta Iglesia, lloramos su partida, pero, desde el fondo de nuestro corazón, hacemos vida las palabras del profeta: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara”, y las ha hecho vida nuestro hermano Raúl. Él, ahora se “alegra y goza con la salvación” de Dios, a quien amó, a quien anunció y en quién puso su confianza y su corazón.

Raúl, el pastor bueno. Sencillo y humilde, confió en el Señor, el Buen Pastor. Creyó que el Señor era su pastor, que confiando en Él, nada le faltaría. Puso siempre su vida y su misión en el corazón de Cristo Buen Pastor, que lo supo conducir “hacia fuentes tranquilas”, reparó sus fuerzas, y lo guió “por senderos justos”.

 

Fue el corazón del verdadero pastor, que le dio fortaleza para no temer pues caminaba de la mano de Él, sabiendo que la “bondad y la misericordia” del Señor, lo acompañaban todos los días de su vida.

Este creer en el Señor de la Vida, el Buen Pastor, hace que no temamos a la muerte. El Papa Francisco nos dice: “No le tengas miedo a la muerte, la vida no termina”. Preguntémonos: ¿Son para nosotros estas palabras del Papa una realidad en nuestras vidas de pastores y sacerdotes? Nosotros, que anunciamos la Resurrección, ¿le tememos a la muerte?

No todos enfrentan la muerte con serenidad, muchos se angustian ante la realidad de la muerte, también obispos y sacerdotes. Muchos hoy, ante tanta muerte ocasionada por la pandemia, tienen miedo a esta dura realidad y se han alejado de Dios ante la muerte de un ser querido.

Y no debe ser así, porque para nosotros los cristianos, “la muerte no tiene la última palabra porque vivimos en la esperanza de la resurrección a la vida eterna en comunión con Cristo” (Francisco).

He sido testigo de esta preparación para el momento definitivo de su vida, de nuestro querido Cardenal Raúl. Tuvo momentos difíciles por su estado de salud, pero puedo decir que estuvo sereno. preparado para su encuentro con Dios y se fue en paz, como un verdadero hombre de Dios.

Esta celebración de hoy, en la que como clero de Quito, despedimos a nuestro hermano Obispo y Pastor, Cardenal de nuestra Iglesia de Ecuador, nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, reavivando el dolor por la desaparición de las personas cercanas a nosotros o que nos han hecho bien, y nuestro hermano Raúl nos hizo bien, pasó haciendo el bien, fue un hombre de bien.

Como pastores, no debemos perder nuestra esperanza pues sabemos, desde la fe, que la muerte no es el final del camino.

Eso sí, sabemos, somos conscientes de ello, que, en todas las vidas, “hay un fin”. Este “es un pensamiento que no nos gusta tanto, se cubre siempre, pero es la realidad de todos los días. Pensar en el último paso es una luz que ilumina la vida, es una realidad que debemos tener siempre ante nosotros” (Francisco) y San Pablo, hoy nos ha recordado que “nuestra patria está en el cielo, de donde vendrá el Salvador al que tanto esperamos, Cristo Jesús, el Señor. Cambiará nuestro cuerpo miserable y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su gloria”.

¿Somos conscientes de ello? ¿Somos conscientes de que tendremos un fin? ¿Cómo nos preparamos para ese momento del encuentro con un Dios que es amor? ¿Caminamos con alegría hacia nuestra patria celestial?

A veces, también nosotros pastores, vivimos como si no hubiera un final, como si fuéramos eternos. No lo somos, llegará un fin en nuestras vidas como ha llegado para nuestro hermano Raúl.

Francisco cuenta que se encontró con una religiosa enferma de cáncer. Cuando le pregunto su edad, ella le respondió, con una cara de paz, con mirada luminosa y una gran sonrisa: “83, pero ya estoy terminando mi recorrido por esta vida para comenzar el otro con el Señor”.

Nuestro hermano Raúl, ha comenzado el “otro recorrido con el Señor”. Un recorrido de eternidad en el amor misericordioso de Dios. El Señor lo ha invitado, como nos lo dice en el Evangelio, a “contemplar su gloria”.

¿Qué dejaremos a los demás cuando nos hayamos ido? ¿Qué vas a dejar tú, qué voy a dejar yo? Creo que lo más importante que podemos y debemos dejar es la “fe en herencia”. Esa fe que nuestros padres nos regalaron como el mejor don en nuestro bautismo, esa fe que anunciamos y custodiamos en nuestro pueblo, como pastores y sacerdotes.

Y me pregunto, ¿Cuál es la herencia que nos deja nuestro hermano Raúl? Sin duda, la herencia de un hombre bueno, de gran corazón, de sonrisa franca y de detalles. Nos deja la herencia de ser pastor bondadoso, preocupado por los demás y muy cercano a sus hermanos obispos.

Nos deja la herencia, y aquí llevo las palabras del Evangelio a la vida de él, de haber “dado a conocer tu nombre. Sí, nuestro hermano Raúl, dio a conocer a un Dios que es amor, lo hizo durante toda su existencia, amó a Dios e hizo amarlo, porque sabía que los que aman a Dios, Dios está en ellos y ellos están en Dios.

Por eso, les invito a plantearse hoy las preguntas que nos hace Francisco: “¿Cuál es la herencia que yo dejo con mi vida? ¿Dejo la herencia de un hombre, una mujer de fe? ¿A los míos les dejo esta herencia?”.

Tú, querido Raúl, hermano y amigo, nos dejas la herencia de la fe, la misma que supiste transmitirnos con palabras, con tu vida misma, con acciones concretas, con un verdadero testimonio.

Gracias Raúl, por tu vida, por tu testimonio de integridad. Gracias por tu cercanía y por cada llamada en los momentos importantes de la vida.

Gracias Raúl, por tu sonrisa serena en tu enfermedad, por enseñarnos el valor de la vida y del servicio.

Gracias por tu misión,  llena de esfuerzo, dedicación y amor a la Iglesia ecuatoriana y de manera especial a tu Arquidiócesis de Quito.

Gracias por tu paciencia, por el sacrificio, el saber llevar los sufrimientos en tu corazón, el saber soportar las ofensas y sobre todo, el saber perdonar de corazón y seguir amando.

Gracias querido hermano Raúl, por tus años de servicio episcopal en Guayaquil como Obispo Auxiliar, en Azogues como el II Obispo de esa Diócesis y por los catorce años sirviendo con gran amor como Obispo Castrense. Recuerdo la larga conversación que tuvimos el otro día en la que me manifestaste tu sentir y preocupación por el futuro de esta porción de la Iglesia. Te hice una promesa, la misma que he transmitido ya al Señor Nuncio Apostólico.

Gracias Raúl, porque tu testimonio frente al final de tu vida, nos ayuda a todos nosotros a no tener miedo a la muerte, al último paso, porque sabemos que es el término de un camino para comenzar otro, el camino definitivo de la Nueva Vida en el Señor.

Gracias Raúl porque amaste a la Virgen María haciendo vida tu lema episcopal: “Con María, Madre de Jesús”. Caminaste con Ella y enseñaste a todos a amarla de verdad.

Nos enseñaste a vivir con fe cada día, como si fuera el último. Nos dejas la herencia de la fe en un Dios fiel, en un Dios que nos ama y es misericordioso, en un Dios que nos perdona, en un Dios cercano, en un Dios que está a nuestro lado siempre. La fe en Dios Padre que no nos decepciona nunca.