¿Por qué buscan a Jesús?
Quito, 1 de agosto de 2021
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Nuevamente llego a esta querida Parroquia “Nuestra Señora de la Merced” de la Arcadia. El año anterior celebré con alegría las confirmaciones y hoy llego con un motivo muy especial, un motivo único pudiera decir. Llego a celebrar los VEINTICINCO AÑOS de creación de la Parroquia y a posesionar al P. Marco Gualoto como su párroco, el pastor de esta comunidad, quien debe caminar con ustedes y guiarlos para encontrar a Jesús, el verdadero “pan”, el “pan de vida”.
Es bueno recordar y dar gracias a Dios en este día a quienes han ido construyendo la vida parroquial con su entrega generosa. Al P. José Espín, ya fallecido, quien fue el primer párroco. Luego a los PP. Cornelio Navarrete, Eduardo Cueva, Juan Carlos Jiménez y Ricardo Cárdenas. Antes de ser parroquia, desde el año 1988 hasta el año 1996 fue “Cuasi Parroquia” a cargo de los padres de la Comunidad del Verbo Divino. ¡Cuánta historia! ¡Cuánta vida entregada! Sin duda, un camino recorrido en alegrías, esperanzas, dificultades, desilusiones, compromiso y unidad.
Hay que dar gracias también a tantos hermanos laicos que han aportado su tiempo, su entrega generosa, su fe profunda y su deseo de construir una Iglesia viva. Ellos desde su realidad laical como catequistas, ministros, miembros de grupos laicales o juveniles, todos juntos han hecho realidad esta historia parroquial que hoy celebramos y ponemos en el altar del Señor.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios en este día? Yo comenzaría una pequeña reflexión haciéndoles dos preguntas: ¿A quién buscamos nosotros? Y si me responden que buscamos a Jesús, haría la segunda pregunta: ¿Por qué buscamos al Señor?
Recordemos los dos domingos anteriores, el Señor hace milagros, cura, unge, salva, sana y lo sigue una multitud inmensa, que no despide, sino que da de comer a todos, multiplica unos pocos panes y peces y sacia el hambre de esa multitud.
Y hoy el Evangelio nos dice que “cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”. Fueron a buscarlo, pero por qué fueron a buscarlo. Jesús responde a la pregunta de ellos: “Les aseguro, que me buscan, no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse”.
Por eso les hago la pregunta a ustedes: ¿Por qué buscan a Jesús? ¿Somos cristianos que buscamos al Señor por un milagro, por una necesidad concreta en nuestras vidas? ¿Lo buscamos para pedirle algo?
Y Jesús les señala lo que deben hacer y nos lo señala también a nosotros hoy: “Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre…”.
No debemos trabajar por un alimento que perece. Lo importante es trabajar teniendo como horizonte “la vida eterna”. ¿Cómo trabajar como Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es éste: “que creáis en el que Dios ha enviado”.
¿Creemos en el enviado de Dios? ¿Cuál es el fin de todo nuestro trabajo personal?
¿Por qué y para qué hemos trabajado como parroquia en estos veinticinco años?
¿Buscamos en el trabajo parroquial la vida eterna?
Creer en Jesús no es algo teórico, no es una simple adhesión religiosa. Es un trabajo en el que debemos ocuparnos toda la vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día. Y en esta misión nos debe ayudar la parroquia. Es aquí, en la comunidad parroquial que vamos configurando nuestras vidas como creyentes y vamos juntos buscando al Señor y trabajando por la vida eterna.
Creer en Jesús es configurar nuestra vida desde Él, desde el Señor, y lo hacemos porque estamos convencidos de que su vida fue verdadera, una vida que conduce a la vida eterna. ¿Configuramos nuestra vida con el Señor? ¿La parroquia nos ha ayudado a ser cristianos auténticos, seguidores del Señor y a buscar vivir como Él vivió?
Creer en Jesús nos compromete a vivir y trabajar por algo último y decisivo. Es un esforzarnos por construir un mundo más humano, más justo, más fraterno. Y esta es la misión de la parroquia, crear una verdadera comunidad de hermanos constructores del Reino de Dios. Creer en Jesús debe comprometernos como parroquia a salir hacia el más necesitado, a no descartar al que está caído, enfermo, olvidado, despreciado. Creer en Jesús debe llevarnos a una verdadera solidaridad, a no encerrarnos en el templo sino a hacer de cada calle, de cada casa, de cada barrio una presencia parroquial. No encierren su fe entre cuatro paredes, busquen lo verdadero, lo auténtico.
Francisco nos dice que, “hay un hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad”. Les invito a mirar el futuro de esta parroquia desde esta óptica. Tengan hambre de vida, tengan hambre de amor, tengan hambre de eternidad. Sean constructores de una verdadera comunidad de amor, que éste sea el distintivo de esta gran parroquia. Aquí también hay multitudes, son miles los que han llegado y los que llegan a celebrar su fe, pero no celebren una fe vacía, celebren una fe llena del amor del Señor y lleven el alimento del amor, de la solidaridad, de la cercanía, del testimonio, de la alegría y del compromiso a los demás.
Preparando esta homilía me encontré con una oración, de la que tomo aquí una pequeña parte. La comparto como una misión y tarea que les dejo en esta celebración de Plata: “Que no te busque Señor, por el pan multiplicado y por la tranquilidad que me ofreces; quiero buscarte para hacer experiencia de vida contigo, porque quiero vivir a tu lado… Te busco, mi Señor, porque quiero realizar las obras de Dios creyendo en ti. Enséñame a participar de tus ilusiones, a colaborar en tu tarea creadora, a poner mis manos y mi vida al servicio de mis hermanos”.
Querido Marco, tienes la alegría de celebrar una historia parroquial de veinticinco años, pero al mismo tiempo la gran misión de construir el futuro. Sé ese pastor en medio de tu pueblo, camina con ellos, acompáñalos para que lleguen a encontrar el verdadero pan, el pan de vida, el pan de eternidad.
Que María, Nuestra Madre de la Merced, los cubra a todos bajo su manto y los haga ser portadores de la misericordia. Sepan levantar al caído, sepan dar la mano al necesitado, sepan salir a ayudar, a sanar, a compartir la vida, a sembrar esperanza y a testimoniar a Jesús. ASÍ SEA.