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¿Qué clase de discípulos somos?

HOMILÍA DEL XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 04 de septiembre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con gran alegría vengo nuevamente a esta querida parroquia “Nuestra Señora de Fátima” para compartir la fe y para dejarles un mensaje de vida.

La gran pregunta que nos podemos hacer hoy es la siguiente: ¿Qué clase de discípulos somos? ¿Qué clase de cristiano eres tú, soy yo?

Nos sorprende mucho la “libertad” del Papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús. Él nos habla de: “cristianos de buenos modales, pero malas costumbres”, “creyentes de museo”, “cristianos incapaces de vivir contra corriente”, “cristianos corruptos” que solo piensan en sí mismos”, “cristianos educados que no anuncian el evangelio”. Estas palabras nos cuestionan como cuestionan las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy.

Lucas nos dice que “mucha gente acompañaba a Jesús”. Nos pudiéramos preguntar el por que lo acompañaban, qué buscaban, qué esperaban de Él. Quizás lo seguían de una manera bastante folklórica y no comprometida, atraída por los milagros. Y nosotros, ¿por qué seguimos a Jesús?

Él se vuelve y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera consciente y responsable. No quiere que la gente le siga de cualquier manera. Jesús no la pone fácil. Sus palabras invitan, cuando menos, a la reflexión porque son muy serias. Su mensaje es muy claro. Lo hace con cariño, pero al mismo tiempo es provocativo. ¿Era eso lo que buscaba Jesús, buscaba provocar una fuerte reacción en sus oyentes?

Y a nosotros hoy, esas palabras de Jesús nos causan “provocación” o ya estamos acostumbrados de tanto repetir y oír esas palabras. Quizás nos hemos vuelto cristianos cómodos, acostumbrados y sin sobresaltos. Pensemos en Nicaragua, país en que hoy ser cristiano significa en cierto modo “jugarse la vida y ser perseguido”

¿Necesitamos una persecución para reaccionar y vivir una vida de discípulo diferente? Creo que no, que hoy deberíamos hacer vida las palabras de Jesús de tomar la cruz y seguirle.

“Jesús dice a sus discípulos: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo”. Este es el estilo cristiano porque Jesús ha recorrido antes este camino. Nosotros no podemos pensar la vida cristiana fuera de este camino. Siempre está este camino que Él ha hecho antes: el camino de la humildad, el camino también de la humillación, de negarse a uno mismo y después resurgir de nuevo. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiano. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús” (Francisco).

¿Cuál es nuestra cruz? ¿Es una cruz con Jesús o es una cruz sin Jesús? ¿Cuál es nuestro estilo cristiano? Estas preguntas nos pueden llevar a replantear totalmente nuestra vida de cristianos hoy, aquí y ahora.

Volvamos a las palabras de Jesús: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. ¿Qué nos quiere decir el Señor con estas palabras? Es claro una cosa, Jesús no ha venido a destruir los valores fundamentales del hombre, sino a fundamentarlos en un amor previo: el amor a Él. Y desde ese amor, encarnado en cada uno, nos dice que debemos amarnos como Él nos ha amado… hasta dar la vida, porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Desde el amor a Cristo, el amor a los padres, el amor conyugal, el amor familiar y a uno mismo se radicaliza, profundiza y purifica. Nuestra vida de cristianos debe siempre tener la óptica del amor, de la misericordia. El amor total a Cristo, a Dios, como se nos pide hoy, no puede convertirse en pretexto o excusa para no amar al

 prójimo; pero, como no hay amor más grande que el de Dios al hombre, tampoco puede haber en el hombre amor más grande que el amor a Dios.

Francisco nos habla con claridad: “Seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal. Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia por cada hombre y por todos los hombres. La obra de Jesús es precisamente una obra de misericordia, de perdón, de amor. ¡Es tan misericordioso Jesús! Y este perdón universal, esta misericordia, pasa a través de la cruz”.

Y las palabras de Jesús sobre la renuncia a los bienes a qué nos compromete. Él no nos pide tanto el abandono de las cosas, sino que nos abandonemos a las cosas, pues la vida de uno no está asegurada por sus bienes. No debemos poner en las cosas una confianza desmesurada que nos haga olvidar la confianza en Dios y las exigencias y necesidades de nuestros hermanos. Es que algunos, están tan llenos de sus cosas, su corazón está apegado a lo material, que se olvidan del hermano, que se olvidaron de compartir. Me gusta mucho una frase de Francisco: “No sirve de mucho la riqueza en los bolsillos, cuando hay pobreza en el corazón”.

Hermanos, hoy Jesús no nos está invitando a odios y renuncias cuanto, a amores y entregas, eso sí, perfectamente clarificados y purificados. Nada ni nadie debe interponerse en el seguimiento y amor de Cristo. Todos los espacios, todas las realidades de la vida, aún los más íntimos como son los familiares, deben evidenciar que Cristo es prioritario. Esto no quita nada, todo lo contrario, esto posibilita vivir en plenitud todas las formas de amor.

Estas palabras de Jesús deben darnos qué pensar y, sobre todo, deben darnos qué hacer. Para ello es necesaria la sabiduría de Dios, vinculada al don del Espíritu como nos dice la primera lectura: “¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá su designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Espíritu Santo desde el cielo?”

Y aceptar todo esto, aceptar la cruz por amor, genera libertad. Lo experimenta el Apóstol Pablo, “anciano y prisionero por Cristo Jesús”, como el mismo se define en la carta a Filemón, pero en su interior plenamente libre. Pablo se encuentra encadenado pero su corazón está libre, porque habita en él el amor de Cristo, por eso, desde la oscuridad de una prisión en la que sufre por su Señor puede hablar de libertad a un amigo que está fuera de la cárcel. Es que no existe amor más grande que el de la cruz, no hay libertad más verdadera que la del amor, no existe fraternidad más plena que la que nace de la cruz de Jesús”. ¿Somos libres nosotros?

¿Qué nos encadena? Que nuestra Madre del cielo, mujer que supo dar a Dios un sí total desde su plena libertad, nos enseñe el camino verdadero de ser discípulo hoy. ASÍ SEA.