Recorramos este camino, de Budapest a Quito, viviendo la revolución del amor.
Budapest, 9 de septiembre 2021
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
En el salmo hemos repetido: “Todo ser que alienta alabe al Señor”. Lo alabamos en su templo, en sus obras magníficas, lo alabamos con arpas y cítaras, y, lo alabamos con nuestras vidas, lo alabamos en el amor que damos a los demás, lo alabamos al dar la otra mejilla a quien me ofende, lo alabamos amando a nuestros enemigos, haciendo el bien no esperando nada a cambio, lo alabamos teniendo un corazón misericordioso como nuestro Padre Dios.
Alabamos y agradecemos al Señor en su presencia Eucarística. Él se quedó en medio de nosotros, acompañando nuestra vida de cada día. Lo alabamos porque en este tiempo de pandemia, que tanto dolor y sufrimiento ha causado, su presencia Eucarística nos ha fortalecido y nos ha hecho saber sobrellevar este tiempo de enfermedad, de muerte y de llanto.
El Papa Francisco lo dice expresamente: “Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo sean para cada uno una presencia y un soporte en medio de las dificultades, un consuelo sublime en el sufrimiento de cada día y una prenda de resurrección eterna”
San Pablo nos recuerda que somos “elegidos de Dios”, ello nos compromete a asumir actitudes concretas en nuestras vidas: “compasión bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”, pero, sobre todo, nos compromete a amar, a vivir “el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta”.
Preguntémonos: ¿Sabemos amar? ¿Nos cuesta amar? ¿Por qué muchas veces no amamos? ¿Qué cierra nuestro corazón al amor? ¿Qué impide que sepamos perdonar y acoger a aquel que me hace daño?
Y Jesús nos invita a escuchar su mensaje claro y concreto: “A ustedes, a los que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que les maldicen, oren por los que los calumnien”.
Como dice el Papa Francisco, “Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir, es difícil… sin embargo es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación”.
¿Tenemos enemigos? Debemos ser realistas, sí, también nosotros, “todos nosotros tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos” (Francisco).
¿Qué hacer y cómo hacer para amar a los enemigos? Primero debemos mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios. Debemos mirar la misericordia de Dios: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”. Imitemos al Padre, a Dios Padre que nos ama, que no juzga, que no condena, que perdona, que ama con un amor generoso. Tenemos que “ser perfectos como es perfecto nuestro Padre”.
El segundo camino es el rezar, rezar por nuestros enemigos. ¿Oramos por quien nos ha hecho mal? ¿Oramos por quien nos ofende? ¿Oramos por quien nos persigue?
Debemos orar, no solamente cuando tengamos enemigos, sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad.
Este amor a los enemigos no es algo opcional. Es sin duda un punto central y característico de nuestra vida cristiana. No es algo opcional, es un mandato. Jesús sabe muy bien que amar a los enemigos es algo que va más allá de nuestras posibilidades, pero para eso se hizo hombre: no para dejarnos igual que estábamos, sino para transformarnos en hombres y mujeres capaces de un amor mayor, el de su Padre y nuestro.
Y nosotros hoy debemos tomar de la Eucaristía esa fuerza para amar, que debe ser el corazón palpitante de nuestras vidas y es el corazón palpitante de la Iglesia.
LaEucaristía no me aísla del otro, no puedo comulgar pensando solamente en mí mismo. La Eucaristía me reúne, me da fuerza, me lleva al encuentro con el hermano, aún con el que no me ama. Debemos comulgar con Cristo y debemos comulgar con el hermano que está a mi lado, con el hermano necesitado, con el hermano enfermo, abandonado, en peligro, con el hermano que está alejado de mí, con el hermano que me ofende, con el hermano que no me ama.
Solamente así, cuando comulgamos con Cristo y con el hermano, estamos preparándonos un puesto arriba, en la eternidad. El Señor nos preguntará qué hicimos con el hermano, nos preguntará si le dimos de comer, si le dimos de beber, si lo vestimos, si fuimos a verlo, si lo acogimos. Comulgando con el Señor y comulgando con el hermano tendremos esa puesto allá arriba en el cielo. El Señor también nos preguntará si fuimos misericordiosos como es nuestro Padre, un Padre lleno de misericordia. No olvidemos que “Quien escucha a Jesús, quien se esfuerza en seguirlo a pesar de las dificultades, se convierte en hijo de Dios y comienza a parecerse verdaderamente al Padre que está en los cielos. Nos volvemos capaces de cosas que jamás habríamos pensado que podríamos decir o hacer” (Francisco).
Convirtámonos en portadores de amor. Que la Eucaristía nos haga ser portadores del amor del Señor a todos. No hay nada más grande y más fecundo que el amor. El amor nos conferirá a cada uno de nosotros dignidad, mientras que, si no amamos, mientras que si nos encerramos en el odio y la venganza, degradaremos la belleza de ser creados a imagen de Dios y de ser elegidos de Dios.
Optemos por el amor, optemos por responder al insulto y al mal con el amor, al hacerlo, estaremos optando por una “cultura de la misericordia que da vida a una verdadera revolución” (Francisco). Seamos portadores de esa revolución del amor. Que salgamos de aquí, desde Budapest al mundo entero, a revolucionar con el amor, transformemos nuestro mundo con el amor.
Recorramos este camino, de Budapest a Quito, viviendo la revolución del amor. En el 2024 los esperamos en la “Carita de Dios”, como se llama a Quito. Los esperamos en Ecuador, “La mitad del Mundo”, donde el amor a Cristo Eucaristía nos impulsará en la revolución del amor y en el saber partir, repartir y compartir nuestra vida con el hermano descartado por la sociedad. Del amor del perdón al amor de la solidaridad.
El Congreso Eucarístico Quito 2024 girará en torno al Sagrado Corazón de Jesús, al celebrarse los 150 años de la Consagración del Ecuador a dicho Corazón, el mismo que nos enseña el amor y la misericordia.
Que María, la Virgen de El Quinche, Patrona de la Arquidiócesis de Quito, la Madre del Amor Misericordioso, nos bendiga y nos acompañe en este camino hacia Quito 2024. ASÍ SEA.