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Sean esos pastores según el corazón de Dios

HOMILÍA DE LAS ORDENACIONES SACERDOTALES

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 13 de mayo de 2023

Hoy es FIESTA: la fiesta de la vida, fiesta de la vocación, fiesta de la llamada y de la respuesta generosa, fiesta de un “sí” para siempre, fiesta del servicio, de la entrega, del amor juvenil que se da para siempre en el sacerdocio.

Es FIESTA para ustedes, queridos Gustavo, Xavier y Fernando. Es un día de alegría y de esperanza, de ilusiones y futuro, de miedos e incertidumbres, porque todo camino nuevo que se emprende siempre trae esos temores.

Los conozco profundamente. Puedo decir que hoy no ordeno a tres desconocidos. Hoy ordeno a tres hijos a los que he tenido que levantar, alentar, animar y acompañar en su proceso. Sé de sus lágrimas, de sus tropiezos, de sus dolores y sufrimientos. Cada uno tiene lo suyo, cada uno tiene su historia, cada uno ha pasado por un “valle de lágrimas” hasta llegar a este día, que debe ser un día de profundo agradecimiento a Dios y de mirada de futuro.

La canción de inicio de esta celebración decía. “Yo quiero ser un Pastor según el corazón de Dios, servidor incansable de la gracia del Señor… Lámpara de luz radiante que inflama en caridad, testigo fiel del Evangelio, mensajero de la Paz, grande apóstol para el pueblo anunciando la verdad”.

A eso están llamados querido Gustavo, Xavier y Fernando. Eso es lo que les pido hoy yo a ustedes. Sean esos pastores según el corazón de Dios. No dañen nunca sus corazones de pastores, no se dejen corromper por el mundo, no busquen otra cosa que ser pastores con ese corazón, un corazón que se da, se entrega, se dona en plenitud. Estén atentos a no hacer de su sacerdocio una carrera, a no buscar prestigios y honores, no vendan su sacerdocio por unas monedas, cuiden de no vivir una doble vida, sean fieles a un sí que lo dan hoy con la fuerza y la valentía de sus años todavía jóvenes y con la ilusión de quien empieza una “aventura”.

Ustedes comienzan hoy esta “aventura sacerdotal”, la llamo así, una verdadera aventura. En esa aventura, como dice la canción, ustedes serán “árbol de vida plantado en la Iglesia del Señor. Árbol por Cristo sembrado cuyo fruto es el amor”. ¿Qué frutos van a dar? Isaías es claro en señalar esos frutos. Ustedes hoy serán ungidos para salir de esta Catedral e ir a “proclamar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad”.

Y aquí hago mías las palabras del Papa Francisco y se las dirijo a ustedes hoy, queridos Gustavo, Xavier y Fernando: “Sean siempre canales del consuelo del Señor y testigos gozosos del Evangelio; profecía de paz en las espirales de violencia; discípulos del Amor dispuestos a curar las heridas de los pobres y de los que sufren”.

Ésa es su misión hoy y será su misión mañana. Salgan a ser esos canales de consuelo, de esperanza, de vida y de perdón. Sean esos “profetas de fraternidad” llamados “a sanar las heridas del mundo”. Sean antorchas de paz en medio de una sociedad sumida en la violencia y en las lágrimas. Háganlo con su entrega, con su vida, siendo portadores de la cercanía de un Dios que ama preferencialmente a los últimos, a los desposeídos, a los descartados.

El Apóstol Pablo es claro en sus palabras a los presbíteros de Éfeso cuando les dice: “Tengan cuidado de ustedes y del rebaño que el Espíritu Santo les ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios… Ya sé que, cuando los deje, se meterán entre ustedes lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño… por eso estén alertas; acuérdense que, durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular”.

Yo llevo cuatro años en medio de esta Iglesia de Quito aconsejando, formando y señalando el camino de un sacerdocio diferente, y, como digo, “sembrando una nueva semilla”. Ustedes, Gustavo, Xavier y Fernando, son parte de esa nueva semilla, de esa nueva siembra. Y en este continuo aconsejar y orientar, vuelvo a las palabras de Francisco que nos dice a los sacerdotes: “Recordemos que, si vivimos para “servirnos” del pueblo en vez de “servir” al pueblo, el sacerdocio y la vida consagrada se vuelven estériles. No se trata de un trabajo para ganar dinero o tener una posición social, ni tampoco para resolver la situación de la familia de origen, sino que se trata de ser signos de la presencia de Cristo, de su amor incondicional; del perdón con el que quiere reconciliarnos; de la compasión con la que quiere hacerse cargo de los pobres. Nosotros fuimos llamados para ofrecer la vida por los hermanos y las hermanas, llevándolos a Jesús, el único que cura las heridas del corazón”.

Ofrezcan sus vidas, no se cansen nunca de darla. “Quemen” las velas de sus vidas por los demás; “Gasten” totalmente sus vidas en la entrega, el servicio, en el altar, en el confesionario, en medio de la gente, escuchando a todos, curando las heridas y proclamando la Buena Nueva.

Queridos Gustavo, Xavier y Fernando, ustedes gastarán esas vidas sabiendo que, como dice Jesús, que Él nos ama como el Padre lo amó. Y es el Señor el que les dice y nos dice: “Permanezcan en mi amor… No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. Él nos llama amigos, y con el corazón lleno de el amor del “mejor amigo”, salgan a ser testigos de su amor por el mundo, a donde sean enviados, hoy por mí, mañana por otro.

A partir de este día, ustedes tendrán al Señor en sus manos, lo harán presente en el altar, en sus vidas y en la de los fieles. Recuerden, miren al Señor en el momento de la Consagración y, al hacerlo, “ténganlo ante los ojos y cerca del corazón. De ese modo, poniendo a Jesús en el centro nos cambia la perspectiva sobre la vida y, aun en medio de trabajos y fatigas, nos sentimos envueltos por su luz, consolados por su Espíritu, animados por su Palabra, sostenidos por su amor” (Francisco).

No tengan miedo, confíen, vayan con alegría y que María, primera discípula y misionera, quien supo escuchar, acoger y vivir la Palabra de Dios hecha carne, les enseñe a ser discípulos y misioneros de Cristo y sea para ustedes una verdadera Madre en el sacerdocio que hoy estrenan. ASÍ SEA.