“Serán una sola carne…lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
Quito, 03 de octubre de 2021
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
No nos resulta fácil, en la cultura que vivimos, hablar hoy del amor. Es que, en la cultura de hoy, el amor se considera como algo espontáneo, un mero sentimiento. Bien dice el Papa Francisco que, “el amor no debe basarse en la arena de los sentimientos”, va más allá.
En la sociedad de hoy, que tiene como postulado la caducidad del amor y la fidelidad parece algo obsoleto y casi imposible de lograr, y el divorcio es una realidad generalizada, la Palabra de hoy nos presenta el mensaje de Jesús sobre el amor conyuga, único, fiel e indisoluble.
En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centro en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechuras de Dios, y, por lo tanto, deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno. Y aquí nos podríamos preguntar si resulta fácil o no este proyecto, sobre qué impide el lograrlo, qué obstáculos existen.
Resulta interesante en esta primera lectura, el que resalte que la soledad del varón no se llena con las cosas o con el dominio de la naturaleza, sino con la mujer, con la que llegará a ser “una sola carne”, a amarla como a sí mismo. Veamos la realidad que lamentablemente se vive hoy. No es una realidad de amor, de respeto, de comprensión. Nos duele decir que muchos “usan” o a veces, “se usan”, el uno al otro, y no se construyen en amor verdadero.
Y en el Evangelio, los fariseos le preguntan a Jesús sobre los motivos de repudio del varón a su mujer. Jesús no entra en las respuestas más o menos permisivas o rigoristas de los rabinos. Recuerda, contra lo que permitía la ley de Moisés, el proyecto y la voluntad originaria de Dios. Cita literalmente el que “serán una sola carne…lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
Se trata de un proyecto de comunión personal, de igualdad entre el hombre y la mujer, de complementariedad y mutua entrega sin imposición ni sumisión, que contrasta con la situación de inferioridad que, en tiempos de Jesús, tenía la mujer respecto al hombre.
Jesús rompe con la interpretación patriarcal y machista por la cual el hombre, que no la mujer, podía despedir a la mujer si se cumplían unos requisitos.
Jesús propone un estilo de vida alternativo que sueña, para las relaciones humanas, la calidad de los días de la creación. Y es bueno preguntarnos si nosotros lo soñamos también hoy. Ése debería ser el sueño de cada matrimonio, de cada pareja de novios. Soñar con el amor, soñar con el respeto, soñar con un estilo de vida alternativo, el estilo del amor verdadero, del darse plena y totalmente. Claro que es un sueño, pero es un sueño que les invito a tener y sobre todo, a luchar para que se haga realidad.
Jesús no ignora, ni podemos ignorar nosotros hoy, lo difícil que puede resultar una relación de pareja o el clima a veces insoportable que pueden llegar ni el sufrimiento al que están sometidos, en esos casos, los hijos y los esposos, si no hay un amor verdadero.
Pero, Jesús vuelve sus ojos al proyecto originario de Dios. Proyecto que vivido en la fe se convierte en sacramento, signo vivo del amor fiel de Cristo a su Iglesia, que debe ser vivido con fidelidad, fecundidad y unidad entre los esposos. No se trata de un precepto legal frío, se trata de un “horizonte de mira” con el que funciona el seguimiento de Jesús.
El Señor ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Hombre y mujer se unirán para “ser una sola carne” e iniciar una vida compartida en la mutua entrega sin imposición ni sumisión.
Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito.
Podemos decir que el Evangelio de hoy es realmente una “buena noticia de felicidad y de salvación”. Es una buena noticia, que no puede ser callada, que debe seguir siendo proclamada, a pesar de que muchos no la oigan. Es la buena noticia del amor conyugal, es la buena noticia de que el amor es posible vivirlo hoy, es la buena noticia de que la fidelidad es posible porque el amor es posible. ¡Hemos creído en el amor! Esa es la Buena Noticia que hoy se anuncia y que la Iglesia está llamada a predicar.
Para el creyente, el amor y la fidelidad conyugal es un don de Dios y una tarea en la vida diaria. Es una tarea de cada día, es que cada día vivido juntos, como pareja, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. Las parejas se van separando o consolidando su unión poco a poco, en la vida de cada día.
Francisco proclama esa “buena nueva del amor”. Él nos dice: “Cuántas dificultades en la vida del matrimonio se solucionan si nos tomamos un espacio de sueño. Si nos detenemos y pensamos en el cónyuge. Y soñamos con las bondades que tiene, las cosas buenas que tiene. Por eso, es muy importante recuperar el amor a través de la ilusión de todos los días. ¡Nunca dejen de ser novios!”.
También nos dice: “Hay un punto donde el amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en un espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor”.
Vivan el amor en su matrimonio. Vivan la verdadera alegría que viene de la armonía profunda entre ustedes, esa alegría que experimentan en su corazón. Descubran la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida.
Y oren cada día por su amor matrimonial, como pide Francisco: “En el padrenuestro decimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Los esposos pueden rezar así: “Señor, danos hoy nuestro amor de todos los días… enséñanos a querernos”…” ASÍ SEA.