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¿Serás capaz de descubrir un camino nuevo en tu vida?

HOMILÍA DEL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

Quito, 3 de abril de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Estamos ya cercanos a la meta de este camino de Cuaresma, hemos caminado cuatro semanas y hoy es el quinto domingo cuaresmal. ¿Cuál es la meta de la Cuaresma? Francisco nos la recordaba en su “Mensaje de Cuaresma” para este año: “La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado”.

Y nos invitaba a la vez a “sembrar y cosechar”. ¿Qué hemos sembrado en todo este tiempo cuaresmal? ¿Qué vamos a cosechar?

Y hoy, siguiendo la línea del domingo anterior cuando meditábamos la gran misericordia de Dios en la parábola del hijo pródigo, se nos presenta “el episodio de la mujer adúltera, poniendo a la luz el tema de la misericordia de Dios, que no quiere nunca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Francisco).

“El Señor es la gracia, que salva del pecado y de la muerte. Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido, sino que nos quiere liberar, y quiere que nosotros también lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible con su gracia”, nos dice el Papa Francisco.

La pregunta clave es si nosotros nos queremos liberar, si nosotros queremos encontrar la misericordia de Dios en nuestras vidas, si somos capaces de aceptar nuestra realidad de pecado y volver hacia el Padre, a la casa paterna, sabiendo, como decía el domingo anterior, que “Dios es un Dios que sabe esperar, que nos espera siempre” (Francisco).

Alguien ha afirmado que, “lo que salva es la mirada” y decía que la mirada puede ser la clave desde donde nos acerquemos al evangelio de hoy. Jesús vino a liberarnos para amar como Dios ama.

¿Qué nos cuenta el Evangelio? Nos habla de que Jesús, según su costumbre, ha pasado la noche a solas, en la intimidad, con su Padre querido en el Monte de los Olivos, ha pasado en oración. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a “proclamar la liberación de los cautivos… y dar la libertad a los oprimidos”. Va al templo, allí se encontrará pronto rodeado por un gentío que va a escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a “una mujer sorprendida en adulterio”, buscan ponerlo a prueba. Los escribas miran a esa mujer con indiferencia, esa mirada la invisibiliza despojándola de su dignidad para cosificarla.

En ese momento Jesús baja la mirada; Él no entra en esa dinámica. Guarda silencio y se pone a escribir en el suelo mientras los acusadores lo interpelan buscando ponerlo a prueba. Los silencios de Jesús son elocuentes, porque dice mucho sin palabras.

Es claro que a Jesús “le tienden una trampa aquellos que le preguntan qué hacer con la mujer. Si Jesús siguiera la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perderá su fama de manso y bondadoso que tanto fascina al pueblo; si en lugar de eso quiere ser misericordioso, deberá ir contra la ley, que Él mismo ha dicho no querer abolir sino cumplir… Jesús con su respuesta al inclinarse y escribir con un dedo en la tierra, invita a todos a la calma, a no actuar por la impulsividad, y a buscar la justicia de Dios” (Francisco).

Pero los acusadores insisten y esperan de Él una respuesta. La respuesta de Jesús será desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios. “Entonces Jesús alzó la mirada y dijo: Quien de ustedes no tenga pecado que tire la primera piedra” (Francisco).

La mirada de Jesús a los acusadores, fue una mirada penetrante. Jesús seguramente los amó y sintió tristeza por su actitud. Es una mirada que los invita a ver de otra manera: ¿Estoy sin pecado para condenar a esta mujer?

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.

Y aquí, queridos hermanos, apliquemos el Evangelio a nuestras vidas. ¿Cuántas veces hemos acusado a otros? ¿Cuántas veces nos hemos convertido en jueces de otros y los hemos condenado? ¿Somos capaces de mirar nuestro propio pecado?

¿Eres capaz de mirar tu pecado antes de condenar a tu hermano? ¿Cuántas piedras hemos lanzado a los demás olvidando la “primera piedra”, que es nuestra piedra de pecado?

Quizás como los acusadores ante la mujer adúltera también nosotros debemos irnos retirando uno a uno, comenzando por los más viejos, comenzando por mí. Francisco nos dice: “¡Cuánto bien nos hace ser conscientes de que también nosotros somos pecadores! Cuando hablamos de los otros, porque todos hacemos esto, cuanto bien nos hará tener la valentía de hacer caer por tierra las piedras que tenemos para arrojar contra los otros y pensar un poco en nuestros pecados”.

Los acusadores se han ido uno a uno. La mujer no se ha movido. Y allí Jesús la miró. Es una mirada que seguramente llegó al corazón de esta mujer. Una mirada de amor. La mirada de Jesús es creadora. La restituye a la existencia. Despierta lo más auténtico de ella. Saca a la luz lo bueno que hay en su corazón. Es una mirada sanadora que ofrece el perdón. Es una mirada que hace libre y permite a la mujer emprender un nuevo camino en la vida.

Están allí, frente a frente, Jesús y la mujer adúltera. Están allí “la miseria y la misericordia, una frente a otra” (Francisco). Y es lo que sucede con nosotros cuando nos detenemos en el confesionario, allí estamos frente a frente con nuestra miseria ante la misericordia de Dios.

Recordemos lo que nos dice Francisco: “La mirada de Jesús está llena de misericordia y de amor, para hacer sentir a esa persona, quizá por primera vez, que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en un camino nuevo”.

¿Te dejarás hoy mirar por la mirada de Jesús llena de misericordia? ¿Serás capaz de descubrir un camino nuevo en tu vida? Hoy se nos pide “sembrar” esto para poder “cosechar” una vida nueva, la vida de la gracia. No desperdicies esta oportunidad que te da hoy el Señor. Que María, Madre de Misericordia te ayude a dar ese paso hacia el perdón de su Hijo. ASÍ SEA.