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Siempre hay una oportunidad de volver a empezar

HOMILÍA DEL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Quito, 04 de diciembre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

¿Todo está bien? Comienzo esta homilía haciendo esta pregunta, haciéndotela a ti, y también me la hago a mí. ¿Todo está bien en nuestras vidas? Aparentemente que sí, muchos dirán que sí, aunque no falten los problemas.

En tiempos de Jesús no todo estaba bien, existían muchas injusticias y, Dios no se puede quedar callado ante esta realidad. Dios tiene algo que decir frente a toda esta situación de injusticia, de dolor, de muerte y de marginación. Dios va a hablar a través de Juan Bautista, que como nos dice el Evangelio de Mateo, “…se presentó en el desierto de Judea, predicando: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”…”

Juan el Bautista es anunciado por Isaías como “la voz que grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas”. Y hoy creo que debemos también gritar todos nosotros y debemos decir que debemos “enderezar las sendas” pues estos caminos de hoy, esta sociedad de hoy, no conduce al Señor, todo lo contrario, se aleja del Señor.

Juan vive y se presenta en el desierto. Es el desierto donde se puede escuchar de verdad la llamada de Dios a cambiar el mundo, a cambiar el interior del corazón. En el desierto se vive de lo esencial, no hay sitio para lo superfluo. Allí no es el lugar para acumular cosas, allí nadie vive de modas o de apariencias, allí se “vive en la verdad básica de la vida”.

Y Juan será, como dice el profeta Isaías, esa “Voz del que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos…”

¿Y nosotros hoy? ¿Todo está bien hoy en nuestras vidas? ¿Todo está bien en nuestra Iglesia? ¿Todo está bien en nuestra sociedad? Sabemos que no. Hay violencia, inseguridad, sicariato, narcotráfico, muerte, injusticias, mucha pobreza, falta de trabajo. Es que nuestra sociedad no está bien.

Debemos descubrir los “desiertos” de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Debemos también descubrir los desiertos de nuestra vida cristiana. Vivimos muchas veces tranquilos creyendo que todo “va bien” en nuestra vida de cristianos y no nos damos cuenta de que vivimos en un desierto de una fe instalada, que da seguridad, rutinaria, monótona, centrada en ritos y que no va a lo esencial.

Vivimos en el desierto de una sociedad de consumo, una sociedad violenta, una sociedad en la que no está presente Dios. Vivimos en el desierto de una cultura de la muerte que favorece y justifica el aborto a través de leyes que supuestamente defienden la vida. Vivimos en el desierto de mentes cerradas, corazones duros, miradas indiferentes frente al dolor del más pobre y marginado, de los excluidos de nuestro tiempo, el desierto de no vivir según el Evangelio.

Y, sobre todo, vivimos en el desierto de creer que no necesitamos una conversión personal, tampoco una conversión social. Hago mía la reflexión que hace el Papa Francisco: “¿Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo, pero nosotros no la necesitamos, acaso, ¿ya no somos cristianos? Podemos preguntarnos esto y sentirnos que estamos bien. Y ello no es verdad. Pensando de este modo, nos damos cuenta de que es precisamente por esta presunción, es que nos debemos convertir: de la suposición de que, en fin de cuentas va bien así y no necesitamos conversión alguna”.

Debemos convertirnos, debemos “enderezar los senderos” de nuestras vidas. Cada uno sabe de qué tiene que convertirse, cada uno conoce su propia realidad. Pregúntense cada uno, pero háganlo con sinceridad: ¿QUÉ DEBO ENDEREZAR EN MI VIDA? ¿Debes enderezar la impaciencia? ¿Debes enderezar el irrespeto que tienes con los demás? ¿Debes enderezar las mentiras, calumnias, ofensas contra el otro? ¿Debes enderezar la infidelidad a tu hogar, a tus hijos? ¿Debes enderezar ese vicio que te tiene atado y atrapado? … ¿QUÉ DEBES ENDEREZAR?

Francisco nos señala con claridad el camino a seguir y lo hace nuevamente invitándonos a preguntarnos: “Preguntémonos: es cierto que en las diversas situaciones y circunstancia de la vida, tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como siente Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta, ¿podemos reaccionar sin animosidad de corazón y perdonar a los que nos piden perdón? ¡Qué difícil es perdonar, eh! ¡Qué difícil! “Me la vas a pagar”: esta palabra viene de dentro, ¿eh? Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿sabemos llorar sinceramente con el que llora y alegrarnos con el que se alegra? Cuando debemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? ¡Y así podemos plantearnos tantas preguntas! ¡No estamos bien… siempre debemos convertirnos!, tener los mismos sentimientos que tenía Jesús”.

En este segundo domingo de Adviento, tenemos una “invitación apremiante a abrir el corazón y recibir la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con testarudez, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado” (Francisco). Nadie puede decir que no necesita convertirse, pues no somos santos, ninguno estamos salvados. “Siempre debemos aceptar este ofrecimiento de la salvación”. Y como nos apremia Juan el Bautista, debemos dar frutos de conversión… ¿Qué frutos vas a dar tú? ¿Qué frutos de conversión voy a dar yo? Recordemos que, como dijo el Papa Francisco hoy, “Siempre hay una oportunidad de volver a empezar. ¡Siempre! Él nos espera y no se cansa jamás de nosotros”

Que María, la mujer abierta a Dios y al hermano, nos ayude en este camino de conversión y nos lleve en esta Navidad al encuentro de su Hijo Jesús. ASÍ SEA.