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Somos una Iglesia que camina

Homilía del Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Quito, 28 de junio de 2020 

Una alegría celebrar en esta Parroquia Nuestra Señora de Fátima de Andalucía. Es la primera parroquia oficialmente que visito luego de la cuarentena, la parroquia número 85.

Las palabras de Jesús son claras: tomar la cruz, seguirlo, no querer más al padre o a la madre, perder la vida por Él para poder encontrarla, recibir a Cristo al recibir al hermano, dar de beber, no perder la recompensa.

Palabras claras, pero al mismo tiempo desconcertantes, exigentes y comprometedoras. Palabras que nos señalan el camino, que debemos hacerlas vida, si realmente queremos ser discípulos de Jesús.

Corremos muchas veces un gran riesgo como discípulos de Jesús, y no es otro que el querer acomodar las exigencias a nuestras vidas, el querer “endulzar” las palabras de Jesús, o como nos dice Francisco, el “licuar” nuestra fe o nuestro seguimiento del Señor.

El Evangelio tiene una gran fuerza, encierra el rasgo fundamental de la Iglesia de Jesús, que, según este texto de Mateo, es la fidelidad al Maestro, que consiste en llevar a la vida su forma de vida y el contenido de su predicación.

¿Cuál es ese contenido de la predicación que debemos hacer vida?, no es otro que las “Bienaventuranzas”, y Francisco nos insiste en ello: “Es tan fácil la vida cristiana. Jesús es la puerta; Él nos guía en el camino y nosotros conocemos su voz en las Bienaventuranzas, en las obras de misericordia y cuando nos enseña a decir Padre”.

Vamos construyendo la Iglesia, somos una Iglesia que camina, que va haciendo vida y que va siguiendo un camino, el camino de las Bienaventuranzas y el camino de la misericordia.

No somos una Iglesia estática, rígida, ya hecha o construida. No, no somos esa Iglesia. Somos una Iglesia en marcha y nunca acabada, una Iglesia de discípulos fieles y, al mismo tiempo pecadores.

Las palabras del Evangelio de hoy nos obligan a dar otro rostro a la Iglesia de hoy. Nos pide y diría que nos “exige”, ser una Iglesia profética, una Iglesia que no puede ni debe acomodarse a los criterios del mundo, todo lo contrario, una Iglesia dispuesta a construir el Reino y a instaurar los valores del Reino en nuestro mundo de hoy.

La fidelidad a Jesús y al Reino de Dios resultará siempre incompatible con una fidelidad al mundo y a los principios que quiere imponer, principios que van contra los valores del Reino, contra la justicia, la verdad, la honradez, la solidaridad, el compromiso por el más pobre, por la naturaleza, por el cuidado de la “casa común”.

Proclamar y construir el Reino de Dios es apostar por hacer vida el amor de Dios a los más pobres, a los abandonados de la sociedad, a los que sufren, a los que lloran justicia, a los perseguidos a causa de la verdad. Y ello, traerá siempre un oponerse a al mundo y una resistencia de todos aquellos que tienen poder y privilegios.

Mateo, cuando nos habla de “tomar la cruz”, tiene claro a qué se refiere. No es, como muchas veces se ha interpretado, un consejo útil para sobrellevar la situación de los múltiples y variados sufrimientos que padecemos todos a lo largo de nuestras vidas, no es un tranquilizante espiritual.

En Mateo, “tomar la cruz” supone asumir en carne propia todos los sufrimientos que causa predicar el Reino de Dios.

“Tomar la cruz” trae vergüenza, humillación, dolor, rechazo social, marginación y hasta condena a la muerte. Y muchos profetas, de ayer y de hoy, cuando tomaron la cruz lo vivieron y acabaron siendo mártires. San Oscar Romero es un claro ejemplo de ello, él nos decía: “¿Quieren saber si su cristianismo es auténtico? Aquí está la piedra de toque: ¿Con quién estás bien? ¿Quiénes te critican? ¿Quiénes no te admiten? ¿Quiénes te halagan?” También nos lleva a asumir compromisos: “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresía en el corazón, no es cristiana…”

El “tomar la cruz” no es un ejercicio de ascesis espiritual, no lo es. Aquí, en este evangelio, expresa que el seguimiento del Reino de Dios produce incomprensión, enfrentamiento, calumnias, vejaciones y hasta persecución.

El sufrir por Cristo y “perder la vida” por Él, no está orientado al perfeccionamiento propio, sino que deriva del amor de Jesús a la gente, de un jugarse la vida por el otro, del comprometerse para que el otro tenga vida.

Nuestra fe debe ser una “fe de cruz”, no una fe pasiva, una fe que soporte injusticias y miserias, una fe callada y acomodada, una fe sin compromiso y que no da vida ni es portadora de vida.

 

No podemos fabricarnos un Dios a nuestra conveniencia. “Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice “sí” a todo, sino el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, más de una vez, me hace sufrir, gritar y callar” (José Antonio Pagola).

Jesús nos hace siempre mirar al que sufre. El Evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento sino en el de los otros.

Hoy hay muchos que sufren, la grave crisis que vivimos nos debe llevar a “tomar la cruz” de todos nuestros hermanos que sufren hambre y necesitan nuestra mano solidaria.

En la realidad de nuestro país, hoy nos toca “tomar la cruz” de la denuncia frente a tanta corrupción y robo, no podemos quedarnos callados, el hacerlo sería ser cómplices de una sociedad corrupta. Como lo he dicho, la corrupción es un pecado que clama al cielo. Y la Iglesia de Ecuador no ha callado, no ha sido pasiva, ha denunciado y seguirá haciéndolo.

Hoy debemos asumir la “cruz” de un pueblo roto, dividido, enfrentado muchas veces, y hacer nuestro el compromiso por la unidad, al que nos invita Francisco, más aún en la adversidad y ante la crisis: “El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza”.

Seguir a Jesús hoy, tomar la cruz, perder la vida por el Reino, debe llevarnos a hacer nuestras las “nuevas bienaventuranzas” que nos propone el Papa: “Felices los que tienen misericordia. Felices los que saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de abrazar, de perdonar. Felices aquellos que son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello. Felices los que son capaces de ayudar a otros en su error, en sus equivocaciones. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás”.

Que el tomar la cruz hoy sea un contagiarnos con “los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad”, tan necesarios para construir el Reino en esta “nueva normalidad” que empezamos a vivir. ASÍ SEA.