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“Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”,

HOMILÍA DEL XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

San Pedro de Taboada, 27 de junio de 2021

Con mucha alegría celebro hoy aquí en la Parroquia San Pedro de Taboada, es la segunda vez que vengo a esta parroquia, estuve antes en la capilla de Fajardo.

Aquí estoy con ustedes compartiendo la Fiesta Patronal de San Pedro, hombre de confesión de fe, de duda, de negación, de llorar amargamente, de seguimiento y de amor profundo a su Maestro.

La Palabra de Dios es muy rica en este día, sobre todo el Evangelio, que nos habla de aquella mujer anónima que “oye hablar de Jesús”, de Jairo y su familia, de frases como “¿Para qué molestar más al maestro?” o “No temas, basta que tengas fe”, como también “La niña no está muerta, está dormida” y sobre todo, “A ti te digo, levántate”.

Las palabras del salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”, expresan su experiencia de muerte y vida, de llanto y júbilo. Y son palabras que nosotros debiéramos decir hoy ante tanta realidad de dolor ocasionada por la pandemia. No peleamos con un “enemigo” de carne y hueso, nuestra pelea es diferente, pero vemos la mano de Dios, es Él quien nos socorre, y por eso debe predominar nuestra acción de gracias a un Dios que es misericordioso.

Y en el Evangelio podemos descubrir en forma concreta, el poder de Cristo que manifiesta la misericordia divina, la compasión y la ternura de Dios.

Presenta unas de las más dolorosas experiencias humanas para hablarnos del alma herida o muerta por el pecado: la enfermedad y la muerte.

En primer lugar, nos habla de una mujer enferma, no conocemos su nombre, se la presenta en forma anónima, en medio del gentío que sigue a Jesús. Y aquí una frase que puede pasar desapercibida pero que es importante: “oyó hablar de Jesús” y este “oír” hablar del Señor la mueve a actuar, a acercarse, a tocar el manto convencida de que al hacerlo se curaría.

¿Y nosotros? Ustedes y yo, ¿no hemos oído hablar tantas veces de Jesús? ¿Y cómo respondemos a este oír hablar del Señor? Quizás muchas veces nos quedamos ahí, sentados, inmóviles, acomodados en nuestra fe, en nuestra pasividad de cristianos.

Oír hablar de Jesús nos debería impulsar a salir, a actuar, a buscar, a cambiar actitudes, a acercarnos al hermano, a “tocar” al hermano necesitado. Como que a veces preferimos quedarnos enfermos, en una fe enferma, no buscamos al Señor a pesar de que nos habla permanentemente y se nos habla de Él siempre.

La mujer busca su propio camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los ojos, se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad, actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente, le tocará solo el manto. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en Jesús.

Y es la confianza que debemos tener nosotros. Cada uno tendrá su camino para acercarse al Señor, cada uno tendrá mayor o menor vergüenza, lo importante es acercarse y hacerlo con profunda fe, confiar en el Señor, confiar que Él puede sanarnos, curarnos, levantarnos de nuestra realidad.

El jefe de la sinagoga no es anónimo, se llama Jairo. Él también se acerca a Jesús, se postra ante Él, le habla de su hija, le pide que vaya para que ponga las manos sobre ella. “para que se cure y viva”. Ahí está la fe, la gran confianza en el Señor.

Son caminos diferentes el uno y el otro, pero los dos tienen en común la gran fe en la acción de Cristo. Es que la gracia viene de Cristo, es Él el Señor de la Vida.

Luego llegan unos e informan que la niña ha muerto, “¿Para qué molestar más al maestro?”, como diciendo que ni Dios tiene poder sobre la muerte.

Jesús se dirige a la casa y al llegar afirma: “La niña no está muerta, está dormida”, con estas palabras da a entender que la muerte no es el final. Vendrá cuando vendrá, pero no tiene el poder de matar. Y ante el desconcierto de Jairo, el Señor le pide fe: “No temas, basta que tengas fe”.

Entra con los padres de la niña, con Pedro, Santiago y Juan y cogiéndola de la mano le dice: “Talitha qumi”, que significa, “Contigo hablo, niña, levántate”. Se levantó la niña y se puso a andar.

Quiero que te preguntes: ¿De qué me tiene que levantar el Señor? ¿Qué me tiene postrado, muerto, alejado de Dios? ¿Qué realidades de muerte hay en nuestras vidas?

Quizás deba decir hoy: Señor levántame de mis ligerezas, de mis envidias y orgullo. Levántame de mis rencores, odios, falta de perdón. Levántame de mi indiferencia, de mi quemeimportismo ante el que sufre, de las divisiones que causo con mis chismes, habladurías, calumnias y ofensas. Levántame de mi falta de solidaridad con el que sufre y de servicio con los más necesitados. En fin, el Señor nos debe tomar de la mano y levantarnos, a todos, porque todos tenemos algo de lo que tenemos que levantarnos y encontrar la vida.

Y celebramos a San Pedro, pero no dejo de lado a San Pablo. Los dos son “testigos”. Como nos dice Francisco, ellos “no se cansaron nunca de anunciar, de vivir en misión, en camino… los dos dieron testimonio de Él, hasta el final, entregando su vida como mártires. Si vamos a las raíces de su testimonio, los descubrimos como testigos de vida, testigos de perdón y testigos de Jesús”.

Testigos de vida, aunque sus vidas no fueron cristalinas. El uno lo negó, el otro persiguió a la Iglesia de Dios. Jesús los llamó por sus nombres, cambió sus vidas. El Señor confió en ellos, en dos pecadores arrepentidos.

Ellos son las grandes columnas de la Iglesia, son los testigos del Señor. Y en esta Fiesta, a todos ustedes les quiero dejar esa misión, la misión de “ser testigos de vida, testigos de perdón y testigos de Jesús”. Sean esos testigos en medio de sus familias, en medio de este pueblo tan querido.

Sean testigos del amor del Jesús para los demás, cuando descubran ese amor y se acerquen a él, serán testigos de vida y de perdón. Sé que no son perfectos, ninguno de nosotros lo somos, pero todos estamos llamados a ser testigos. Y como nos dice Francisco: “El punto de partida de la vida cristiana no está en el ser dignos; con aquellos que se creían buenos, el Señor no pudo hacer mucho. Cuando nos consideramos mejores que los demás, es el principio del fin. Porque el Señor no hace milagro con quien se cree justo, sino con quien se reconoce necesitado”.

El Señor, contigo y contigo, con ustedes, quiere hacer el milagro del amor, de la vida y del perdón, aquí, en San Pedro de Taboada. ¡FELICES FIESTAS! ASÍ SEA.