Skip to main content

UNIDOS EN EL SEÑOR

HOMILÍA EN EL IV ANIVERSARIO DE POSESIÓN CANÓNICA

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Betania, 02 de mayo de 2023

Con un corazón agradecido, miro hacia atrás y veo un camino recorrido en este último año, camino nada fácil y lleno de espinas, sufrimientos, incertidumbres, desalientos y de querer bajarme de la cruz.

También ha sido un camino de alegrías, encuentros, fraternidad, de crecer juntos y de salir a anunciar el Evangelio, al igual que los discípulos.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta la realidad de una comunidad misionera. Los primeros cristianos van a otras ciudades a predicar el Evangelio. Rompen esquemas y anuncian a Jesús Resucitado también a los griegos y muchos creyeron porque, como nos dice la escritura, “la mano de Dios estaba con ellos”.

 

Es el Señor quien abre el corazón y el oído de los que no conocen la Buena Noticia para acoger a Cristo. Pudiéramos preguntarnos si esto no es lo que vivimos hoy. Todo lo que hacemos queridos hermanos, todo lo que he hecho a lo largo de estos años, anunciando y denunciado, derribando y construyendo, de día y de noche, en todo momento, ha sido y es, movido por el Señor. Es que siento en mi interior esa pasión por la Evangelización, esa pasión por el Reino, y pudiera decir, esa pasión por nuestra Arquidiócesis que me impulsa a actuar, a anunciar, a ser testigo y que busca ser ese “buen pastor” en medio de ustedes, en primer lugar, y en medio de todos.

El anunciar a Cristo, el ver cómo actúa el Señor, no puede sino producir auténtica alegría, como le pasó a Bernabé. Se dice que él “se alegró mucho”. Ustedes y yo, sabemos que el anuncio y la acogida del Evangelio trae consigo una alegría que no pasa, una alegría que resucita y saca del abismo al que ha caído en la desesperanza o en el sin sentido de la vida.

Les confieso que yo había caído en la desesperanza, a pesar de que creía hacer lo correcto. Era una desesperanza que minaba mi corazón, mi entrega, mi ilusión. Hoy les digo, con fortaleza en el alma, que eso quedó atrás.

Tomo las palabras de los Hechos de los Apóstoles cuando habla de Bernabé, nos dice que él los “exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño”. Y ése es mi llamado hoy a ustedes y es un llamado que me hago primero a mí mismo. Ya no hay lugar para el desánimo y ya no es tiempo para desesperanzas. Hoy es tiempo para la ESPERANZA. Sí, hoy estamos llamados todos, hoy les pido a ustedes empeño, mucho empeño, mucho esfuerzo, mucha pasión para ser hombres y profetas de esperanza.

Bernabé exhortaba a seguir UNIDOS en el Señor. Nuestra esperanza, la de ustedes y la mía, es fruto de esta unión profunda con el Señor. No somos nosotros los que hacemos esta Arquidiócesis, eso no; todos debemos ser conscientes de que es una obra de Dios, es el Señor quien construye su casa. Nos cansaríamos inútilmente si creemos que somos nosotros los que haremos una mejor Arquidiócesis. Debemos estar UNIDOS EN EL SEÑOR, solamente así, desde nuestra unión con Cristo, a quien predicamos y anunciamos, haremos una verdadera comunidad de fe.

Al final de la primera lectura se dice que, “Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos”. Bernabé y Saulo, juntos, anuncian, construyen comunidad, proclaman a Cristo Resucitado. Es que, queridos hermanos, el anuncio de la Palabra nunca se hace de manera aislada, es con los hermanos como podemos mostrar al mundo el amor de Cristo. ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Tenemos conciencia de que somos llamados a estar “juntos” en el anuncio del Evangelio? Nos cuesta, es verdad, romper nuestros individualismos y nuestros protagonismos. Muchas veces queremos ser esas “estrellas” de la evangelización, corriendo el gran riesgo de no anunciar a Cristo sino de anunciarnos a nosotros mismos.

Hoy los invito a creer que JUNTOS podemos ser testigos, de que JUNTOS debemos anunciar, de que JUNTOS construiremos una verdadera Iglesia que peregrina en Quito, de que JUNTOS haremos grandes cosas.

 

Jesús afirma que “…las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí”. Me he preguntado acerca de qué obras he hecho en estos cuatro años. Pero más que responder a esa pregunta, me he preguntado también el qué he querido construir con las obras que pueda haber hecho, y me he respondido que lo único que he buscado es ser un HERMANO entre HERMANOS, he buscado ser un padre cercano, he buscado la fraternidad. No sé si lo he conseguido.

Lo que sí sé, y ha sido un empeño de estos años, es que he buscado ser ese “buen pastor”, que los conoce, los llama por el nombre, los busca, abre la puerta y sobre todo, abre el corazón.

Aplico a ustedes, mis queridos hermanos, una frase de Francisco. El Papa habla del Señor, hoy me pongo en su lugar, vaya atrevimiento. Para mí, ustedes no son masa ni multitud. Son personas únicas, cada uno con su propia historia, cado uno con su propio valor… Yo puedo decir que los conozco. Es verdad, es así. Los conozco, Sé qué hay en sus corazones, sé muchas veces sus sentimientos y temores, sus alegrías e ilusiones. Sé sus fortalezas y debilidades, y estoy siempre listo para cuidar de ustedes, para sanar sus llagas, para aliviar sus heridas, para abrazar y fortalecer sus corazones.

Al celebrar estos cuatro años, asumo mi primer deber que es estar con Jesús en la oración. Francisco nos dice que, “El primer deber del obispo no es hacer planes pastorales… ¡no, no! Rezar: éste es el primer deber. El segundo deber es ser testigo, es decir, predicar. Predicar la salvación que el Señor Jesús nos ha traído”.

 

No son tareas fáciles, son tareas fundamentales, que, si no las hago mías, si no las vivo, debilito a la Iglesia. Si no rezo, rezo poco, o me olvido de rezar; o si dejo de anunciar el Evangelio y me ocupo de mil cosas, sé que nuestra Iglesia de Quito se va a debilitar, va a sufrir y el Pueblo de Dios va a sufrir. Les pido que me ayuden en esta misión, que me ayuden a no desfallecer, que me ayuden a ser testigo de un Cristo vivo, un Cristo que da vida a nuestras vidas.

Quiero terminar con una frase de Francisco que la dije hace cuatro años y que hoy la repito, ya no con lágrimas, sino con esperanza: “Siempre, cuando el Señor llega a nuestra vida, cuando pasa por nuestro corazón, te da una palabra y también esta promesa: “Ve hacia delante…ánimo, no temas, ¡porque tú harás esto!” …”

María es y será siempre mi fortaleza y mi auxilio, en Ella pongo mi corazón y pongo en su corazón materno a toda mi querida Arquidiócesis de Quito. Que Ella me fortalezca para seguir lanzando las redes y ser siempre y en todas partes, un auténtico “pescador de hombres”. ASÍ SEA.