VIDA DEL RESUCITADO
Quito, 16 de abril de 2022
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Con mucha alegría celebramos la Resurrección de Jesús y la celebro aquí, en medio de ustedes, queridos hermanos de esta Parroquia “Cristo Resucitado”, y si no me equivoco, es la primera vez que el Arzobispo de Quito celebra la Vigilia Pascual aquí, en el sur de Quito.
La Resurrección, nos dice Francisco: “… es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor…”
Para nosotros, ¿la Resurrección de Jesús es esa Buena Noticia? ¿Es realmente el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza? ¿A qué te compromete a ti, a mí, en concreto, la Resurrección de Jesús?
Para los discípulos significó un proceso, un camino, antes de asumir y hacer vida este gran misterio de fe. Hay desorientación y búsqueda en torno al sepulcro por parte de las mujeres. Hay también miedo, no falta el miedo porque no comprenden lo que pasa.
El ángel del Señor les dice a ellas: «Ustedes, no teman, ya sé que buscan a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado…». Éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús y debe ser el mensaje que hemos de escuchar también hoy los cristianos.
¿Por qué buscamos a Jesús en el sepulcro? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error? ¿Dónde buscas tú al Señor? ¿Lo sigues buscando en el sepulcro? ¿Das el paso en tu vida de la Cruz, de la tumba, a la Resurrección?
No podremos encontrarnos con Jesús resucitado, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos.
No nos encontraremos con «el que vive», si ahogamos entre nosotros la vida, si apagamos la creatividad y si no nos abrimos a la novedad de Dios en nuestras vidas, una novedad que es VIDA.
Tenemos que abrirnos a la VIDA DEL RESUCITADO… Imaginémonos a las mujeres, llenas de alegría al saber de la Resurrección y al encontrarse con el Resucitado. Es el Señor quien les pide alegría y no tener miedo.
Esa alegría las lleva a COMUNICAR, a ANUNCIAR a los discípulos y a todos los demás… se convierten en las primeras evangelizadoras, portadoras de la Buena Nueva. El Señor les da el mandato: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán”.
No es tiempo de tener miedo, no es tiempo de buscar en el sepulcro. Es tiempo de ALEGRARNOS, HA RESUCITADO, y es tiempo de buscar a Cristo entre los vivos, entre los hermanos, ahí está el Señor, ahí se nos presenta Cristo, en el rostro concreto del hermano.
Sintamos la alegría del resucitado. Seamos una Iglesia, “Pueblo de Dios”, que recorre este camino Sinodal, llena de la alegría del Resucitado, no una Iglesia de miedos, de incertidumbres ante el futuro, todo lo contrario, una Iglesia que desde la escucha vive la comunión, participación y misión.
¿Qué debemos hacer? Una sola cosa, encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios. Vayamos a Galilea, vayamos juntos como Iglesia a donde todo empezó, a la periferia de la Galilea donde el Señor llamó a los primeros discípulos a ser “pescadores de hombres”. Hoy nos llama, en la Galilea de este lugar, a ser Iglesia viva, a seguir construyendo la Iglesia, a ser testigos de la Resurrección.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE HOY LA PASCUA?
A ser cristianos llenos de vida, de fuerza creadora y movidos por un amor que da vida y trabaja en favor de la vida.
A ser constructores de unidad superando toda división, todo enfrentamiento y toda separación a través del diálogo y de la escucha.
A ser “Pueblo de Dios” que forja verdaderas comunidades cristianas, a nivel arquidiocesano, parroquial, de vida religiosa, de movimientos laicales o grupos juveniles, poniendo a Cristo Resucitado en el centro de su vida y de su ser Iglesia.
A asumir el “proyecto de vida” de Jesús. Un proyecto que nos lleva a vivir las bienaventuranzas y la misericordia como nuestro carnet de identidad.
A tomar conciencia de que un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni compromete, que no contagia su libertad y radicalidad, es un “Jesús muerto” quedándonos así en el Viernes Santo. Y, no será nunca el Cristo vivo y resucitado por el Padre, el Cristo de la fe, el Cristo de la gloria. No es el que vive y hace vivir y lo seguiremos buscando en el “sepulcro” y no en el hermano que está a nuestro lado.
A salir de nosotros mismos “para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido…” como nos dice Francisco, sabiendo que el amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza.
Me compromete a salir de mí mismo todos los días para ir al encuentro del Señor Resucitado. A asumir los mismos sentimientos y gestos de misericordia hacia los más necesitados y excluidos.
A ser portadores de la “Buena Noticia” de la Resurrección a los otros, en cada ambiente, animados por el Espíritu Santo. Recordemos que, “La fe en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha llevado, es el don más bello que el cristiano puede y debe ofrecer a los hermanos. A todos y cada uno” (Francisco).
Les repito, no tengamos miedo de ir y anunciar la Buena Nueva de la Resurrección, no tengamos miedo de invitar a ir a la Galilea donde todo inició, no tengamos miedo de ser portadores de la Resurrección.
Recordemos las palabras del Papa Francisco: “Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los otros: cuando sabemos reír con quien ríe, y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y está a punto de perder la esperanza, cuanto contamos nuestra experiencia de fe a quien está en la búsqueda de sentido y de felicidad”.
Reflejen la Resurrección de Cristo en sus vidas de cada día. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ASÍ SEA.