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¡Ya eres sacerdote! Sacerdote del Señor para siempre!

HOMILÍA EN LA PRIMERA MISA DEL P. LENIN ZURITA

Quito, 19 de marzo de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Querido Lenin, estoy seguro de que este es un día que nunca olvidarás. Has comenzado hoy a recorrer tu camino sacerdotal. ¡Ya eres sacerdote! Sacerdote del Señor para siempre.

Me imagino cómo se siente tu corazón en este día. Estás aquí para celebrar tu primera misa, será la primera vez, de muchas, de cientos, de miles de veces, en la que consagrarás el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Así como hoy será la primera Eucaristía, luego vendrá la primera reconciliación en la que mostrarás la misericordia de un Dios que nos ama, de un Dios paciente, que da la oportunidad, como nos dice la parábola del Evangelio que se ha proclamado en esta noche.

Estamos en este tiempo de Cuaresma y para ti, para mí, para todos nosotros, el Señor nos invita a la conversión, al cambio. Y tu vida sacerdotal deberá ser siempre un mirar hacia tu interior para corregir lo que debes corregir y dar cada vez mayor fruto.

El Papa Francisco nos recuerda que, “En el tiempo de Cuaresma, el Señor nos invita a la conversión. Cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta llamada, corrigiendo algo en su vida, en su manera de pensar, de actuar y vivir las relaciones con el prójimo. Al mismo tiempo, debemos imitar la paciencia de Dios, que confía en la capacidad de todos para “levantarse” y reanudara su camino. Dios es Padre y no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que se fortalezcan y aporten su contribución de amor a la comunidad”.

Estas palabras del Papa medítalas en tu corazón. Pregúntate si quieres ser ese sacerdote lleno de misericordia, que con paciencia ayudará a levantarse a cuantos estén caídos. Ese sacerdote que va a avivar la llama en el corazón de los demás. Ese sacerdote consagrado a los débiles y descartados. Ese sacerdote que no buscará comodidades, prestigio, riqueza o poder. Un sacerdote que “sufre” porque ve sufrir a los demás. Y traigo aquí las palabras de Margarita, la madre del Santo de la Juventud, que el día de su ordenación le dijo: “Recuerda Juan, comenzar a decir misa es comenzar a sufrir”.

En la parábola, el dueño quiere cortar la higuera porque es estéril, no da fruto, simplemente “ocupa terreno”. ¿Qué nos quiere enseñar esta parábola a nosotros?

¿Qué te quiere decir a ti, joven sacerdote? ¿Qué vamos a erradicar? Lo que debemos erradicar, “…representa una existencia estéril, incapaz de dar, de hacer el bien. Es el símbolo del que vive para sí mismo, lleno y tranquilo, tumbado en su propia comodidad, incapaz de volver los ojos y el corazón a los que están a su lado y que están en estado de sufrimiento, pobreza, incomodidad” (Francisco).

Y me pregunto, y te pregunto querido Lenin: ¿Qué higuera vas a ser tú? ¿Qué frutos vas a dar? ¿Qué sacerdote quieres ser tú a partir de hoy? No puedes ni debes ser nunca un sacerdote de una vida estéril, un sacerdote que no hace el bien. Todo lo contrario, tienes que aprender a sembrar el bien a manos llenas, debes cansarte de dar, tu vida sacerdotal deberá ser siempre un dar generosamente, es más, un darse totalmente en bien de los demás.

Vuelvo a insistirte, desecha de tu vida sacerdotal la comodidad, la búsqueda del prestigio, el ver el sacerdocio como una carrera, el poner tus tiempos y no dar tiempo para el hermano, el encerrar tu corazón a unos pocos y no abrir el corazón a todos, de manera especial a los más pobres. Si vives así tu sacerdocio, estarás siendo estéril, estarás ocupando un terreno en balde, deberá ser cortado de raíz porque habrás traicionado el amor conque te has consagrado hoy.

Yo estoy convencido de que no va a ser así. Como padre tuyo me toca advertirte lo que no debes ser, pero también me toca decirte que debes seguir el modelo del viñador. Francisco nos dice: “La actitud de egoísmo y esterilidad espiritual contrasta con el gran amor del viñador por la higuera: tiene paciencia, sabe esperar, le dedica tiempo y su trabajo. Prometió a su señor que cuidaría especialmente de ese árbol infeliz”.

Sé ese viñador que se acerca a todos los hombres y mujeres marcados con sus pecados, con una vida sin sentido, tantos jóvenes desilusionados, tantas personas que viven en la droga, en el alcohol o un relativismo moral. A ellos debes acercarte, porque con tu corazón de pastor habrás visto el sufrimiento y habrás escuchado sus gritos de sufrimiento.

Sé ese viñador con un corazón libre para amar de verdad, un corazón compasivo y misericordioso, un corazón que ama como ama Dios, y que te llevará a dar tu vida sacerdotal en cada acción, buscando al que sufre, al marginado, al descartado de la sociedad.

Sé un viñador que se mete, se compromete, que “embarra” sus manos en la realidad de este mundo tan lleno de injusticias. Un viñador que abona el terreno, que riega y que cuida a la higuera.

Sé un viñador con un amor sacerdotal comprometido con el hermano, un amor que se haga concreto en la vida del otro, es que “el verdadero amor tampoco hace distinciones entre personas, sino que ve a todos como prójimos que necesitan de nuestra ayuda y cercanía” (Francisco).

Sé un viñador que no ignora nunca el sufrimiento de los hombres. Si algún día lo hicieras, estarías ignorando al mismo Dios presente en el que sufre. Es que Dios está presente en el que tiene hambre, en el que tiene sed, en el forastero, en el encarcelado, en el que sufre. Mira a Dios presente en el hermano sufriente. Mira a ese Dios que se te acercará en cada pobre. No dejes de tocar el dolor y el pecado, no dejes de tocar el sufrimiento y el dolor, no dejes de tocar la angustia y la duda del hombre de hoy.

Pero, querido Lenin, no tengas miedo de tus debilidades. Recuerda que somos queridos a pesar de nuestra esterilidad. Dios nos ha llamado, y te ha llamado a ti de manera especial, a fructificar. Busca siempre fructificar, siempre. Pero no trabajes solo, trabaja con el Señor. Jesús es quien cava y abona con su Palabra. Aférrate a Él para que tu vida sacerdotal no sea estéril sino todo lo contrario, que dé fruto y fruto abundante.

Recuerda mi querido hermano sacerdote e hijo espiritual, que María es nuestra madre que nos acompaña, que nos cuida, que intercede por nosotros y que nos ama tanto, que nos hace hermanos entre los sacerdotes y servidores de su pueblo. ASÍ SEA.