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Arquidiócesis

Mons. David de la Torre, durante Vigilia Pascual: Dios puede transformar las páginas de dolor de la historia en el comienzo de algo realmente nuevo

José Colmenárez

En la parroquia Santiago Apóstol de Puembo, el Obispo Auxiliar de Quito, Mons. David de la Torre, SS.CC, presidió la Vigilia Pascual el pasado sábado en horas de la noche, para conmemorar que Cristo ha vencido la muerte y ha resucitado, trayendo la salvación y la esperanza, especialmente en estos tiempos en que el mundo enfrenta la pandemia del COVID-19 y que ha cobrado miles de muertes.

En una Iglesia físicamente vacía, pero a la vez llena de miles de fieles de todo el país y otras partes del mundo que siguieron la Celebración a través de las redes sociales, los medios públicos y Ecuador TV, Mons. De La Torre, recordó cómo las mujeres de Jerusalén no habían podido dar el último adiós a su ser querido, que había sido crucificado y había sido puesto en el sepulcro.

“Sólo las mujeres se han quedado en Jerusalén, arrimadas en casa de algún conocido, o quizás incluso durmiendo en la calle. No habían podido enterrar a su muerto como es debido, no habían podido tocar con la delicadeza del adiós, una última vez, su cuerpo sin vida, esperaban el alba del domingo para perfumar su cuerpo”, recordó.

El Sr. Obispo aseguró que, “nadie tendría que morir sin el adiós de los suyos, nadie debería ser enterrado con un número remplazando su nombre”.

“Imagen atroz del fracaso de una civilización que se olvidó que lo que la hace grande no son ni los millones de dólares que se negocian en la bolsa, ni la cantidad de armamento que tiene para sentirse a salvo. ¿De qué nos sirve todo eso cuándo en los hospitales ni siquiera hay un respirador para mantener con vida a mi madre, a mi abuelo, a mi hijo? ¿De qué me sirven todo eso cuando el hambre atraviesa los campos y las ciudades? ¿De qué sirve todo eso cuando el daño ecológico, el de ahora y el de ayer, sigue destruyendo la vida en todas sus formas?”, se preguntó.

Afirmó que una vez que concluya toda esta “pesadilla”, nada debería ser como antes y no debe quedar sólo como una “anécdota de nuestras vidas”. “Nada deber ser igual”, porque “si todo vuelve a la “normalidad” del antes, no honraremos como se debe a los que han muerto, y entonces no hay razón para dejar de llorar y de gritar”.

“No, queridos hermanos y queridas hermanas, la Esperanza es otra cosa. Esperar es tener la convicción que sólo Dios da sentido a la historia, que sólo Él puede transformar sus páginas de dolor en el comienzo de algo realmente nuevo. No como un mago que pronuncia un hechizo, sino como quien, al haber entrado en la historia humana, hizo del sepulcro abierto y vacío, el signo del triunfo de la vida sobre la muerte, toda muerte, la de hoy y la que hasta hace poco no queríamos ver”, añadió.

Invitó a todos los fieles a no resignarse, y no depositar la esperanza bajo una lápida. “Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, ni en el dolor, ni en la angustia, ni en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de tu vida”.

“Celebramos en esta noche la Resurrección del Señor. Si Cristo ha resucitado significa que los sufrimientos y las lágrimas de la humanidad no son vanos. El cuerpo del resucitado tiene las marcas de la pasión, las marcas del Amor. Las únicas que transcienden la muerte y que escriben la verdadera historia”, exclamó.

Al término de la prédica exhortó a no rendirnos y a no perder la esperanza. “Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Levántate, con Dios nada está perdido. Es tiempo de que la creatividad del amor venza los fríos números de las estadísticas, como lo hacen quienes a riesgo de su propia vida luchan contra esta pandemia: médicos, enfermeros y enfermeras, agricultores y campesinos, maestros, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos y tantos otros”.

“Lleva el canto de la vida a todas partes. Acallemos los gritos de muerte. Qué nadie use a los pobres para usufructuar de un sistema de corrupción que miserablemente, incluso ahora, no deja de ser el reflejo de algunos, porque necesitamos salud, pan, educación. Qué se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que no tiene nada. Qué salvaguardemos la Creación, nuestra Casa Común, de todo egoísmo irracional. Lleva el canto de la vida contigo, a los tuyos, a todos porque Cristo, el Señor, ha resucitado. Amen”, concluyó.

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