¿La paz a cualquier precio?
Bajo la Higuera por Carlos Freile - Colaboración Parroquia La Primavera
Los ecuatorianos, sobre todo los habitantes de algunas provincias y ciudades, hemos sido testigos involuntarios de diversos actos de violencia ejercidos no por enemigos declarados, sino por compatriotas que reclamaban ciertas medidas al gobierno. No voy a incursionar por los pantanosos terrenos de la política coyuntural, este no es el lugar adecuado para ello; tan solo hilvanaré dos o tres reflexiones necesarias desde el punto de vista de un católico de a pie.
Dice el papa san Juan Pablo II en su encíclica “Centésimo año” que en muchas ocasiones la raíz de las guerras, y de la violencia dentro de la sociedad podemos añadir, se encuentra en “injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas desesperadas…” Solo un ciego podría negar que en nuestro país se dan todavía muchas desgarradoras injusticias que claman al cielo y que deben ser corregidas. Pero el papa también afirma que “…dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley…” Si vivimos en el siglo XXI en una sociedad democrática debemos reconocer que existen medios legales para limar las desigualdades, uno de ellos es presentar proyectos de leyes viables en la Asamblea Nacional para beneficio de quienes viven al margen de la riqueza nacional. ¿Se ha dado este paso? Vale la pena que los violentos y sus colaboradores se planteen esta pregunta.
Dentro y fuera de la política, y en términos en los cuales todos nos debemos involucrar, la paz social depende muchísimo de la tolerancia; esto significa reconocer el derecho del otro a pensar, actuar, desear, proyectarse desde su propia libertad. Pero tolerancia no significa permisividad pasiva, aceptarlo todo como bueno y correcto, de hecho existen conductas destructivas de la convivencia pacífica que debemos rechazar y combatir dentro de los límites de la ley.
La paz nace de la tolerancia cuando se ha llegado a ciertos acuerdos básicos acerca de los valores innegociables existentes en la sociedad; sin agotar su enumeración, podemos comenzar por el derecho a trabajar, a movilizarse, a poseer bienes materiales y gozar de ellos, a vivir con seguridad, a no estar de acuerdo con proyectos económicos concretos… No puede haber paz si un grupo, cualquiera que este sea, trata de imponer a otros su propia concepción de la sociedad, de la economía y, en última instancia, de la persona humana. Si en el pasado se dieron muchos abusos en este ámbito, el camino actual consiste precisamente en remediar esos males, no en actualizarlos desde otras perspectivas.
Nuestra sociedad se halla inmersa en una profunda crisis debida a variadas causas. Cualquier observador imparcial hubiera pensado que se habrían unido todas las fuerzas respetuosas de las libertades y de los derechos para colaborar en la solución de los problemas que nos agobian; hacía falta un clima de armonía, de encuentro, de participación activa, con sacrificios y esfuerzos mancomunados… Pero no, cada mínimo caudillo pretende imponer su programa a la fuerza y todo aspirante a cacique minúsculo socava el poder para lograr su acomodo, y lo hacen a sabiendas de que la paz social se destruye. Al final, los violentos logran sus propósitos porque los demás, los acomodaticios, los carentes de convicciones, los cobardes, prefieren ceder aun a costa del bienestar general presente y futuro con tal de lograr una paz traicionera y fugaz, porque los violentos por sistema solo se contentan cuando tienen todo el poder en sus manos y con él toda la riqueza nacional. Y algunos, creyendo con ingenuidad que colaboran en la solución de los problemas sociales, preparan el advenimiento de un Estado totalitario, cuyos modelos siempre han acarreado tiranía, injusticias y hambre. No nos engañemos, corremos hacia el precipicio.
