Skip to main content

Opinión

Las obras de la fe

Carlos Freile
Bajo la Higuera

Don Luigi Giussani afirmaba, palabra más, palabra menos, que la santidad sin acción es imposible; los santos han dejado un sello personal, también en lo humano, por sus “obras”. Esta reflexión me vino a la mente al conocer la iglesia de la Sagrada Familia, en Barcelona. Antonio Gaudí, arquitecto único e irrepetible, dedicó los últimos años de su vida a esta obra, como muestra de su robustísima fe. Recordemos algunos detalles pedagógicos: el templo se construía con lentitud pues el autor y promotor quería que los fondos provinieran de las limosnas de la gente común, a quien estaba dirigida la iglesia, llamada por ello “la Catedral de los Pobres”; la construcción no se inició con el templo mismo, sino con un conjunto edilicio dedicado a escuela para los hijos de los obreros empleados en la obra. Aquí se toca con mano la sensatísima visión de la fe católica mantenida por Gaudí: los pobres son los primeros evangelizados, a ellos se debe dedicar no solo un espacio físico para el culto a Dios sino para su promoción humana. A veces se olvida este aspecto caritativo de la fe de Gaudí.

Por otro lado, el arquitecto afirmó con rotundidad que “La arquitectura es la ordenación de la luz”. En concordancia con su visión mística de la vida y de la realidad y de acuerdo con la más sólida tradición bíblica y magisterial, “la luz” se vincula con la Santísima Trinidad: Dios Creador elimina las sombras, Dios Hijo es la Luz del mundo, Dios Espíritu Santo ilumina inteligencias y voluntades. Para mayor abundamiento, a lo largo del día las variadísimas formas que conforman la iglesia cambian por efecto del movimiento del sol y nos obligan a pensar en la infinita riqueza de la obra del Creador, no solo en lo material, sino en lo espiritual.

Por último, en esta enumeración pedagógica que no agota el tema, Gaudí partió de elementos estructurales basados en formas geométricas estrictas como el hiperboloide y el helicoide, pero los vinculó a la naturaleza viva, por eso, por ejemplo, las columnas del templo semejan árboles en su variedad casi infinita de formas; tanto las figuras geométricas como las plantas son obra de Dios, pero la gente común, el creyente de a pie, tiene la experiencia diaria del árbol, pero no del helicoide, por eso su alma se eleva a Dios a partir de esas columnas arbóreas.

Cuando Gaudí falleció su obra quedó inconclusa y ha sido retomada por otros arquitectos, con la limitación de que las hordas comunistas quemaron gran parte de los apuntes dejados por el genial arquitecto; este hecho ha traído una consecuencia, para mí nefasta, dentro de mi pequeño acercamiento a esta Iglesia: Gaudí, en seguimiento de una antiquísima tradición eclesial, puso textos tallados en piedra en las torres, esos textos están redactados en latín, idioma universal que expresa la universalidad de la iglesia, en otra palabra su catolicidad. En la continuación actual se mantiene el escribir pero se lo hace en catalán, con lo cual se traiciona un factor fundamental de la Fe Católica de Gaudí, su universalidad precisamente. Por otro lado se han incorporado formas y colores más propios de las obras civiles, no acordes con aquello ya dejado por su creador; se nota un esfuerzo poco disimulado para que sea menos “sagrada” y más “modernista” a secas.

En todo caso, este Templo Expiatorio de la Sagrada Familia es una muestra de esa locura que embarga a los santos (está iniciada la causa de beatificación de Gaudí) para lanzarse a realizar obras aparentemente imposibles, superiores a las fuerzas de un solo hombre, que, además, había dejado toda otra labor que le traería recursos para dedicarse a esta, la Catedral de lo Pobres, templo votivo de la institución central no solo de la vida cristiana sino de la existencia misma de la Humanidad, la familia, en su ejemplo más preciado para los católicos.

(Me permito dedicar este modesto ensayo al Arq. José Miguel Mantilla S.)

Suscríbete a nuestro canal de WhatsApp y recibe nuestras principales noticias