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Opinión

Wedding Planner

P Johny Hermida

El último cachito del paquete… Hace unos días he recibido una muy interesante llamada:
-¿Buenos días… hablo con el padre Johny Xavier? -Sí, a la orden… respondí. Soy Shyrley, WEDDING PLANNER del matrimonio de Salomé Carrasco. Quería ponerme de acuerdo con usted en algunos requerimientos…-


Primero que nada, mi sorpresa. Eso lo había visto en películas y alguna que otra vez en el templo parroquial, en la Capilla de moda donde me tocó presidir y bendecir algún matrimonio o en algún país que se dice ser del primer mundo...
Me vino a la mente una señorita, elegantemente vestida, con audífono en su oreja, de esos “manos libres”, que se paseaba de un lado al otro y que, a modo de director de orquesta, pendiente de todos los detalles y ante quien todos, absolutamente todos obedecían y actuaban de modo conjunto.


Esta llamada, era para instruirme en mi papel en la boda, ¿a qué hora debía llegar?, ¿cuánto me debía tardar?, ¿cuál era el valor de mis honorarios y si requería o no transporte?. También tuvo el detalle cortés de confirmar mi asistencia al banquete posterior a la ceremonia.


La verdad me sentí molesto, cuando alguien quiere controlarme no siempre reacciono bien, quizá por mi manera de ser. Pero esta vez se trataba de intervenir en mi función sacerdotal. Sin embargo, decidí seguir el hilo de la conversación para ver hasta dónde llegaba.
Era una voz cortés y educada que quería que nada falle, que la boda sea un éxito, pendiente de detalles y de tiempos para que todo esté en su lugar.

No voy a negarlo, más de una vez estuve a punto de decirle que ese tema mejor le convenía hablar con mi secretaria, que yo tenía cosas más importantes que atender.

A sus preguntas y recomendaciones respondía haciéndole notar que yo no era un proveedor más para el “evento”, haciendo ver que las cosas conmigo eran diferentes,
los detalles los resolvía directamente con los novios, pues la boda en el Templo es un momento especial y sagrado, no sólo para ellos, sino también para la Iglesia. Que entendía que sea su negocio, pero que una boda para mí, como sacerdote, no podría nunca reducirse a un “evento”.

Nosotros, ministros del altar, debemos recordar que corremos el riesgo de convertirnos en “proveedores de servicios”, en meros actores contratados, y empezar a darnos de populares, expertos en matrimonios, en ser el “curita de moda” que se preocupa de quedar “bien” y no de hacer el bien para los fieles en el nombre del Señor.

Estrictos con la puntualidad, exigiendo y cobrando garantías en caso de atraso, documentos apostillados por las embajadas, como corresponde cuando vienen de fuera, pero nos olvidamos de conocer a los novios, de preparar con ellos la ceremonia, de garantizar para ellos una buena preparación pre Matrimonial, una buena confesión, de que entiendan de verdad el significado del Sacramento, de hacerles un seguimiento en la parroquia, de tener una pastoral de matrimonios jóvenes, una buena pastoral familiar, etc...


Así, muchas veces nos convertimos en expertos y exigentes como cualquier WEDDING PLANNER y nos olvidamos de ser lo que en nombre del Señor debemos y para lo que Él nos ha llamado.
Empecemos por valorar personalmente el Sacramento del Matrimonio, su importancia, dones y gracia para el mundo y la Iglesia.

Digámosle al mundo que el matrimonio es para nosotros una de las más preciosas joyas. Que veamos y hagamos ver en el amor incondicional entre esposo y esposa, el mismo amor de Dios. Seamos expertos en Buena Noticia.
Dejemos de lado el creernos los más importantes porque nos sentimos más altos y expertos. Quien importa es el Señor.
Pues, ni el WEDDING PLANNER es el último cachito del paquete, ni nosotros “la última coca-cola del desierto”.

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